Conferencia leída en la R:.L:. “José Martí” N° 168, el 27 de julio de 1981, e:.v:., por el R:. H:. Alfredo grande (+)
Prolegómeno: Este trabajo me permito editarlo por considerar que se trata de una pieza de arquitectura necesaria para los QQ:.H:. recientemente iniciados en la Orden y que necesitan abrevar en el pnsamiento de los QQ:.HH:: de la generación anteior, que tanto dieron para que la Orden se permitiera mostrarse de cara al Siglo XXI y al mismo tiempo dejar constancia de su pensamiento científico.... Ricardo E. Polo V:. M:.
I Introducción
El autor de este trabajo no es filósofo, ni epistemólogo. Mi información es fundamentalmente médica, psiquiatríca y sicológica. Por lo tanto, inútil será buscar en estas páginas una erudición de la cual carecen. Sin embargo, su lectura puede ser estímulo necesario para el replanteo de estos temas, tan pertinente dentro de la escuela de Sabiduría que es la Masonería. El hombre siempre ha estado y estará en búsqueda de la verdad. Desde la respuesta animista, hasta la religiosa y positivista, han sido ecos para la pregunta siempre repetida: “Cómo somos”, “Cómo es el mundo que nos rodea”, “Qué es la vida”, “Qué es la muerte”.
Este trabajo es un aporte a la búsqueda de esa Verdad. Más exactamente, cuáles son los posibles derroteros por donde debe transitarse para intentar encontrarla. Además prevenir sobre aquellos itinerarioz tentadores, pero que inevitablemente nos llevarán lejos de nuestra meta.
La realidad humana es compleja. La ciencia pretende iluminar solamente un area de la misma; el arte, por ejemplo, representa otra área igualmente importante. No podríamos elegir entre la teoría de la evolución, de Darwin y el Guernica, de Picasso, por más que en estos cuadros hay mucho de verdad histórica y en el evolucionismo mucho de belleza formal.
Por ello, las reflexiones de estas páginas se refieren a la verdad científica y en los métodos utilizados para la determinación de conocimientos sobre la realidad biopsicosocial del hombre.
Sin embargo, al hablar de “verdad científica”, cabe una aclaración. La ciencia no busca hipótesis verdaderas: pretende que sean verosímiles, de valor operativo y refutable. El concepto de “Verdad” con mayúscula es extraño al pensamiento científico. Este más bien está lleno de muchas “verdades” con minúscula.
Precisamente acá reside su extraordinaria fortaleza. El fanatismo por una idea es extraño al pensar científico. Este debe ser lo suficientemente flexible para poder incluir los nuevos hechos permanentemente descubiertos.
Este trabajo es parte de una verdad: aquella en la cual el autor cree. Pero justo es explicitar que considero a todas estas páginas como introductorias de otros trabajos, donde queden reflejados otros aspectos de la verdad que acá solamen-te esbozamos o directamente omitimos.
II Sobre Ciencia y Razón
El lema de la Masonería es “Ciencia, Justicia, Trabajo”.
Esta invocación nos remite en su premier término al objetivo de este apartado.
Pero ¿qué entendemos por Ciencia?. Como toda definición, la que propongo es válida tanto por lo que afirma como por lo que omite. Pero si tomamos la definición solamente como una excusa para reflexionar, bien podemos tomarla sin temor a que nos limite.
Entendemos por ciencia: un modo de conocimiento que aspira a formular, mediante lenguajes rigurosos y apropiados y, en lo posible, como auxilio del lenguaje temático, leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos. (Ferrater Mora). El conocimiento científico debe incluir un elemento descriptivo, ser pasible de comprobación experimental, y tener valor predic-tivo.
Se ha asimilado el conocimiento científico al conocimiento objetivo de la realidad, lo cual es totalmente cierto.
Desde el punto de vista operativo, diremos de todos modos que la ciencia es una actividad esencialmente humana, cuyo objetivo es la búsqueda de un tipo particular de conocimiento, para lo cual un respeto inclaudicable por la realidad es imprescindible.
Aún con el riesgo de que se considere mi afirmación como “objetivista”, diría que el mundo “es como es y no como somos nosotros”. El verdadero investigador científico debe estar, dentro de sus límites, exento de prejuicios y deseos personales.
No pretendemos que no los tenga. Lo que si es imperioso, es que no interfiera ostensiblemente con su investigación.
Ignoro si Pasteur tenía especial interés en que la generación espontánea de vida fuera posible. Sin embargo, su famosos experimentos que demostraron que toda forma de vida proviene de una forma de vida anterior, destruyeron para siempre la teoría de ese entonces, profundamente arraigada de la generación espontánea. El ingenio y paciencia demostrado por Pasteur en esta oportunidad es uno de los capítulos más importantes de la Historia de la Ciencia.
Toda teoría científica debe tener valor explicativo-causal predictivo.
En un ensayo Einstein decía “El pensamiento y el método científico se diferencian de los corrientes en la mayor precisión de los conceptos y en la más cuidadosa y sistemática selección del material experimental, así como en la sobriedad de la lógica”.
Entiendo por tal es esfuerzo de reducir todos los conceptos y relaciones al menor número posible de ellos.
En otras palabras: la ley de gravitación universal, obra del genio de Newton, permite explicar y predecir tanto el comportamiento de un sólido que cae, como el giro de los planetas en sus respectivas órbitas. Es por ello que la Ley de gravitación Universal permite reducir innumerables fenómenos a un principio general de acción. Es justamente esto, lo que significa “reducir” todos los conceptos al menor número de ellos.
Ahora bien: si el hombre es capaz de “Ciencia” debe haber una facultad, especialmente humana, que lo posibilite.
A esta la denominamos “La Razón”.
Entendemos por tal la posibilidad de alcanzar conocimiento de lo Universal y necesario, de ascender hasta el reino de las ideas, ya sea como esenciales ya como valores, o ambos, (Ferrater Mora) De acuerdo con este concepto, la Razón humana incluye el intelecto. Por tal entendemos la capacidad de enunciar premisas lógicas y efectuar razonamientos inductivos y deductivos. Sin embargo no se limita a él.
La Razón humana está ligada a la comunicación simbólica, base del lenguaje humano, y en otras palabras: es la Razón la que nos guía en el descubrimiento de una teoría científica, pero también nos permite apreciar a una obra artística, compararla con otras producciones del mismo autor, evaluar su importancia y originalidad, desde ya muchas veces el impacto efectivo de una obra determi-nada puede llegar a bloquear totalmente o en forma parcial nuestro pensa-miento.
Si al escuchar la Patética de Tachaikowsky nos emocionamos profundamente, es posible que no estemos en condiciones de evaluar la técnica musical del pianista, ni la justeza de la dirección de la orquesta.
Pero no solamente una obra de arte puede impactarnos emocionalmente. Cualquiera que haya leído los pacientes experimentos de Mendel con las arvejillas, que le permitieron formular las leyes de la herencia genética, no dejará de emocionarse por el tesón y la humildad de este monje.
Contemplar la bóveda celeste en un planetario, puede llegar a despertar emociones análogas a la de un cuadro de un pintor famoso. Aún recuerdo la viva emoción que sentía al terminar de leer “Los dioses tienen sed” de Anatole France, pero no fue menor la que experimenté la primera vez que contemplé una colonia de pingüinos en su ordenamiento majestuoso y pacífico.
Es habitual describir un cierto antagonismo entre afecto y razón: La famosa antinomia entre hacer cosas “con la cabeza” o “con el corazón”. Hoy se sabe que esto refleja un conflicto entre dos tipos de razón, la analítica, que corresponde al funcionamiento del hemisferio cerebral izquierdo, y la holística, patrimonio del hemisferio cerebral derecho.
Es notable, por ejemplo, que muchos ejercicios de meditación, característicos de muchas filosofías orientales, son en realidad estímulos específicos para el hemisferio cerebral derecho. Producen por lo tanto, un tipo de conocimiento “global”, cualitativamente diferente al que se consigue con ls estimulación del hemisferio cerebral izquierdo, que es deductivo y parcelar. De todos modos, es la Razón humana resultante de la fabulosa especialización de nuestro cerebro, quien comanda nuestra función intelectual y afectiva.
III Metodología de la investigación
En la investigación científica pueden distinguirse dos contextos: uno denominado de descubrimiento y el otro de justificación o prueba.
Recién después de pasar este segundo nivel, podemos hablar de conocimientos científicos. Ahora bien: es evidente que el primer contexto, posibilita al desarrollo del segundo. Y es el primer contexto donde obra especial impor-tancia otra facultad humana, que el hombre comparte con muchos animales, y que se denomina intuición.
Por tal entendemos la visión directa inmediata de una realidad, a la comprensión directa inmediata de una verdad.
Es condición para que haya elementos intermediarios que se interponga en tal visión directa.
Los caracteres de la intuición son: directa, inmediata, completa, adecuada.
Es evidente que estas características son opuestas a las del razonamiento deductivo. Sin embargo, si recordamos lo expresado en el párrafo anterior, nada impide considerar la intuición como una función del razonamiento olístico totalizador del hemisferio cerebral derecho. De todas maneras, y a los efectos operativos, mantendremos la diferencia entre razón e intuición.
Veamos un ejemplo de esto: en una habitación un perro está echado, dormitando apaciblemente. De pronto se sobresalta y queda en posición de alerta. Intuye la presencia del amo. Ruidos apenas perceptibles o directamente inaudibles para el oído humano, un olor característico lo pone sobre aviso. El perro posee en ese instante de un conocimiento del que antes carecía.
Si lo verbalizáramos, podríamos decir: “mi amo ha llegado”. Sin embargo, resulta claro que este tipo de conocimiento no podemos denominarlo científico.
Inclusive podrá establecerse un reflejo condicionado, el animal tendrá la misma reacción a la misma hora todos los días. Esto, por supuesto, en el caso de un amo especialmente puntual y metódico.
A esta facultad denominamos intuición sensible, ya que depende de un registro sensorial para poder ejercerse.
Como nuestro sistema nervioso central funciona como una pantalla que nos protege de los estímulos excesivos o perjudiciales, la mayoría del registro sensorial posible no es percibido conscientemente. Lo mismo pasa con el espectro de la luz, que solamente es visible en una estrecha banda. Si fuéramos capaces de percibir la radiación infrarroja, bien distinta sería nuestra idea del mundo. Ahora bien: en el hombre además de la intuición sensible, es posible la intuición formal, la volitiva e intelectiva.
Todos gozan de las mismas propiedades ya enunciadas.
Quizá un ejemplo aclare todo esto. Tomemos el clásico ejemplo de Newton contemplando la caída de la manzana. Intuye sensiblemente dicha caída, intelectivamente la Ley de la caída de los cuerpos. Este es el contexto del “descubrimiento” y el momento creador por excelencia. El lenguaje vulgar sería cuando decimos: “se me prendió la lamparita”.
Imposible prescindir de este momento, pero también lo seria limitarse a él.
El científico que busca la verdad, someterá su intuición a todo el proceso conocido como método experimental.
Su ratificación o rectificación, le dará recién categoría científica, valor de verdad. Recién podremos contar con un nuevo conocimiento de nuestra realidad.
Se cuenta que Linus Pauling, el físico atómico, intuyó la existencia de una partícula subatómica llamada mesón.
Según él, dicha partícula no tenía masa, ni carga de electricidad. Solamente tenía “momento magnético”. Sometida esta afirmación a los métodos de comprobación y experimentación habituales, pudo determinarse la existencia del hipotético mesón.
Recién entonces este pasó a formar parte de los conocimientos sobre el Universo subatómico.
Tres son los planos de conocimientos posibles: el óptico, que refiere a la realidad de las cosas; el ontológico, que abarca las teorías que sobre las cosas hacemos y finalmente el plano epistemológico, desde donde se teoriza sobre las teorías desarrolladas en el plano anterior.
Volviendo al ejemplo de Newton y a la Ley de gravedad de los cuerpos. En el plano óptico: las cosas caen.
En el ontológico: una hipótesis, luego teoría, y luego ley que explica ese caer: Ley de gravitación universal.
Y finalmente, el plano epistemológico, desde el cual esa teoría de la gravitación puede ser rectificada, total o parcialmente, ampliada, etc.
Esto puede hacerse desde otra perspectiva teórica, cual sería, por ejemplo, la Teoríad e la Relatividad. Es precisamente el genio creador quien puede cumplir todos esos pasos.
Desde el nivel concreto de observación más sofisticada, el investigador más humilde debe muchas veces contentarse con esforzadas experiencias y arduos razonamientos lógico-matemáticos, que cimienten el conocimiento científico.
Es importante destacar que en el nivel óptico de los hechos, su observación y registro, hay una serie de ellos que recién actualmente son admitidos para su tratamiento ontológico; desde hace unos quince años.
Me refiero a los denominados “parapsicológicos” “supranormales", etc.
Tanto es así, que en muchos países la parapsicología y su estudio tienen nivel científico y se realizan en universidades.
La telepatía y la telekinesis, para citar dos de las más conocidas, han sido experimentalmente comprobadas. Si bien la intuición intelectiva de estos hechos es antiquísima, recién ahora su abordaje científico permite rescatarlos de la ignorancia y el prejuicio.
Y naturalmente, descartando las adulteraciones y fraudes. Sabemos que hay telépatas y clarividentes trabajando para los servicios de seguridad de varios Estados.
Nada autoriza, sin embargo, a considerar a estos fenómenos como extrasensoriales, antes bien, se trata de una función diferenciada o cualitativamente de nuestro sensorio.
Pero son tan normales, como por ejemplo, la capacidad de memoria. Su abordaje es muhco más difícil pero también más factible. Por lo tanto no se trata de “creer o no creer” en la telepatía.
Su tratamiento científico impide que sea cuestión de opinión personal.
La primera exigencia para que esto sea posible, es el reconocimiento de la existencia de determinados hechos. En ciencia, esto se denomina: los datos de la base empírica. Es posiblemente en este nivel donde los prejuicios e intereses creados obstaculizan frecuentemente el conocimiento. “Nada es más revolucionario que la verdad”, dice un conocido adagio. Esto lo saben demasiado bien muchos gobiernos que sistemáticamente omiten o distorsionan datos de la realidad. Recordemos que los datos recogidos por el censo nacional del año 1970, no fueron publicados totalmente.
Y es precisamente un censo el primer paso para realizar una abordaje científico de la realidad de un país, en el área que se requiera (salud pública, educación, vivienda, agua potable).
Si los datos de la realidad se modifican, las conclusiones a las que podemos llegar pueden ser absolutamente inútiles. La moderna técnica conocida como “desinformación” se ocupa especialmente de esto. Es muy conocida la frase de que “hay pequeñas mentiras y grandes mentiras y estadísticas…”
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