Blog masónico de Ricardo E. Polo


jueves, 11 de marzo de 2010

Opiniones masónicas: LA OPINION Y LA PALABRA

por el V.´. H.´. Ricardo E. Polo : .


Esta nota fue publicada en las Listas masónicas de la Web en agosto del 2004.. Entendemos que la realidad nos da pábulo a publicarla, como un testimonio de que la realidad supera, muchas veces, tanto a la ficción como a las premoniciones.

Hemos leído con satisfacción, pero también con preocupación, la carta del Gran Maestro de la Masonería Chilena, Marino Pizarro Pizarro, dirigida al Cardenal Obispo de Santiago, Carlos Oviedo Cavada, que fuera publicada por la revista Símbolo en su edición número 64.

Toda ella resume el contenido conceptual y espiritual de la Masonería, su laicismo, y su compromiso ético-moral con la sociedad toda.

Se advierte una meridiana claridad en lo que expresa respecto de las causas y los efectos de una realidad, diríamos globalizada, que nos duele porque golpea duramente nuestras concepciones tradicionales, jurídicas, sociales y principistas.

No hemos de referirnos específica y detalladamente a su contenido, porque será de buen tino su búsqueda y lectura, con la sugerencia de prestarle la mayor atención al contenido y al continente.

Como el Gran Maestro de Chile ha sido explícito en su diagnóstico de la realidad que lo circunda, hemos creído practicable aderezar los conceptos vertidos y tal vez universalizarlos, pues como el camino que nos toca andar es de tan similares preocupaciones, es lícito contribuir exigiéndonos pequeños pronunciamientos que sumados, podrían contribuir a esclarecer más de una conciencia.

En especial, si de ella dependiere modificar los aspectos negativos de la realidad.

Deberíamos comenzar por determinar con exactitud que creen las gentes que es “el Estado” y qué inducen a pensar los que malinterpretan su significado.

Lo haremos con simplicidad. El Estado somos todos. Todo lo que es patrimonio de una Nación y cuya pertenencia no es propiedad privada (aunque ella sobreviva dentro de él), es El Estado, es decir, pertenece a todos y según el derecho a la pertenencia jurídica de la nacionalidad o a la residencia legal dentro de los límites geográficos o políticos establecidos.

Pero El Estado no es el Gobierno, por consiguiente ningún gobierno tiene derecho de propiedad sobre los bienes que pertenecen al Estado.

De manera que disponer de la propiedad del Estado por medio del derecho que les asiste a los gobernantes de representar a los ciudadanos, sin que estos específicamente lo resuelvan o determinen, constituye un hecho de extrema gravedad cuyas consecuencias solo son advertidas a largo plazo.

La democracia no es ni debe ser un término que confunda la “representación”, con la unilateralidad de las decisiones. La pluralidad política no avala las partidocracias.

La representación política del ciudadano cuando lo es a través de los partidos políticos, se asume en tanto la plataforma partidaria sea el resultado de los principios éticos-morales-jurídicos-económicos y políticos que, elegida mediante el voto por la ciudadanía, se cumpla inexorablemente al asumir los ciudadanos electos la representación. Y que, además, exprese taxativamente los Objetivos Políticos Nacionales, imprescindibles para la legitimidad de todo gobierno democrático. En síntesis, es el Contrato Social que deberá respetarse a rajatabla, por haber sido establecido por la libre voluntad de los electores.

Democracia no es el sinónimo de partidocracia. Y por ende, toda distorsión de la voluntad del ciudadano a manos de sus representantes no es democracia y menos aún si las decisiones que modifican la constitución del Estado, sus propiedades, su economía, su bienestar, lo sean por el incumplimiento de las plataformas o a manos de funcionarios no electos, es decir, los que carecen de representatividad dentro del Contrato Social.

Podemos decir, al respecto, por más grave aún, que las decisiones del gobernante, cuando son en última instancia, unilaterales, se legitiman en sí mismas por su potestad. Pero eso es una falsedad. Podrían serlo en las monarquías. No lo son en las democracias.

Pero si el ciudadano electo cede sus responsabilidades ante el funcionario designado, siempre será el responsable de los actos realizados por él.

De manera que la responsabilidad de los cambios y modificaciones de las políticas económicas que pudieren afectar el bienestar de los ciudadanos, siempre será de los “representantes” y no de sus funcionarios.

Sin embargo, toda decisión que cambie o modifique los factores económicos de una sociedad democrática, no puede ser tan solo la decisión piramidal del Poder del Gobernante, por más inspirado que sea el dirigente.

En la democracia, la que decide es la ciudadanía. Por consiguiente, la democracia indirecta, que se canaliza a través de los partidos políticos, no justifica en manera alguna ni social, ni política, ni jurídicamente, que los ciudadanos dedicados a la política se constituyan en “clase política”, por que de existir tal figura en la realidad, estaríamos practicando la partidocracia. No la democracia.

El ciudadano común cree que el Estado es el Gobierno. Por tanto, acepta sumiso los aciertos y desaciertas de tal confusión.

Es nuestro deber, entonces, señalar la inexactitud. Pues el ciudadano que comprenda tal diferencia, comprenderá hasta qué punto está comprometida su existencia como tal.

Advertimos cotidianamente la soberbia de los gobernantes en todas las latitudes. Injustificada en aquellas Naciones en las que se practica la “democracia”. Porque no constituye simplicidad alguna aceptar y creer que la “democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, pues eso es simplemente “la democracia”.

La generosidad con la que los déspotas y poderosos se han prodigado para sembrar la confusión en “los ciudadanos”, ha dado como resultado que exista un hilo sutil entre “ciudadano” y “vasallo”, al punto de que pareciera que no importa qué o cuál régimen gobierne, la última sea la verdadera condición del hombre a finales de este Siglo.

Para el vasallaje no son necesarias cadenas, ni sumisiones medievales.

Basta una decisión espuria del “representante”, a veces calificando su accionar de “liderazgo” o circunscribir al ciudadano a los límites de la tarjeta plástica o la dictadura de los bancos de datos, cuyo manejo no soporta controles, para ser sometidos al vasallaje.

Cuando las decisiones sobre el presente y futuro de la ciudadanía se circunscriben a los cenáculos del poder partidocrático, en realidad se advierte la existencia de una tiranía. Ningún hombre, sea quien sea en una democracia, tiene más poder que el que en él se ha delegado. Incluso en el Parlamento, donde con mayor énfasis los representantes deben actuar en defensa de sus representados.

No más. Porque deberíamos formular enunciaciones que el límite razonable de esta nota, no permite.

Pero si destacar, luego de lo expresado, que nos ha impactado un párrafo de la carta del Gran Maestro Marino Pizarro Pizarro, cuando dice “En el orden cultural, la Francmasonería observa con honda preocupación el alejamiento del ser humano de sus raíces espirituales, que conmueve de manera sensible la sana convivencia. No escapa a la Francmasonería que las graves desigualdades sociales, la pobreza, la marginalidad, la desintegración familiar, la intolerancia, el fanatismo, entre otros factores, son campos de cultivo para la desesperanza que se apodera de vastos sectores de la población y conduce al abandono en su comportamiento de los más elementales valores éticos y morales”.

Precisamente. Porque todos los males que configuran la verdadera cara de la “globalización” que nos afecta, no la que pudiera beneficiarnos, ocurren como consecuencia de los cambios cuya transición no ha sido el resultado de pactos consensuales y decisorios con la ciudadanía.

Sin practicar la democracia, es lícito pensar que el resultado de los fenómenos sociales señalados comienza, precisamente, al no comprenderse la diferencia que existe entre Estado y Gobierno. Sumando la diferencia conceptual entre democracia y partidocracia.

Oportuna como pocas, la carta del Gran Maestro de Chile es una pieza trascendente para comprender el pensamiento que representa, y además como un diagnostico preocupante de los males que pueden concurrir cuando se obra sin otro propósito que lo rentable.

Si el individualismo es trascendente en mérito a la naturaleza de la individualidad, lo es precisamente, por la Trascendencia.

Pero equívoca exaltación, si es fuese solo un ismo.

Nosotros, a  nuestra vez, decimos:

Por estos tiempos en que la Naturaleza pareciera abatirse con todo rigor por sobre las inequidades de los Hombres, la sumatoria de avasallamientos a las Constituciones, las Leyes y al ciudadano que no ve posibilidades de movilidad social, ni futuro para él o sus hijos, cabe mencionar que en los estamentos del Poder debiera existir cierta inteligencia que les indique los peligros de la indignaciòn pública...

Si bien los "recurrentes" golpes de Estado se han sucedido y desestabilizado las posibilidades de la democracia, hoy resulta imposible pensar en ellos. Pero el grave peligro para las democrcias (y en ellas las partidocracias) no son los de posibles golpes de Estado, sino las insurreciones motorizadas o espontáneas que procuren revertir los gravìsimos errores del "individualismo" polìtico y las partidocracias alienadas y exultantes que han aparecido como un fenòmeno social del siglo XXI.

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