Por Ricardo E. Polo :.
En estos tiempos en que el hedonismo pretende ser La felicidad, promovida por la frivolidad y la farandulización de una sociedad mediática y en la que las partidocracias finiseculares pretenden ser administradoras de la Democracia, personajes históricos como Aristóteles, amerita referirse a ellos. Según lo consigna Diógenes Laercio, en su obra Vida de los más ilustres filósofos Griegos (Hyspamérica, Vol. I, Libro V), hubo 8 Aristóteles en la historia de Grecia. El primero, hijo de Nicómaco y Efestiada, y nacido en Estagira. Vivió bajo el reinado de Amintas en Macedonia y era descendiente de Esculapio. Y además, fue discípulo dilecto de Platón, aunque se apartó de este y por esa causa se decía que “Aristóteles nos tira coces, como hacen los potricos con sus madres”.
Con lo que queda demostrado que ya en ese tiempo existían los celos profesionales. También tuvo algunas dificultades con Jenócrates, al nombrarse a este Jefe de la Escuela de la Academia. Para hacerle la contra, Aristóteles filosofaba con sus discípulos en el Liceo, a orillas del Ilisos, hasta que entraban al lugar los atletas.
A este paseo filosófico se le denominó Peripatético, que aunque algunos temen que es algo relativo a la tristeza o mala cara, en realidad quiere decir paseo. Como ocurre con ciertas cosas concurrentes en estos días, parece que la frase más contundente del filósofo en alusión a Jenócrates era: “Es cosa indecorosa si Jenócrates habla, que yo calle” Aunque no resulta decoroso hablar mal de los filósofos consagrados, resulta que el estagirita se consagró luego del Liceo al servicio del eunuco Hermías, tirano de los atenienses y según lo afirma Demetrio de Magnesia en su libro “De los poetas y escritores colombroños”, le dio a su hija o sobrina, no se sabe bien, en matrimonio al eunuco. Con lo que manifestó talento de anticipación en estrategia política, además de filosófico.
Pero no quedó allí su visión de la moral de su tiempo, pues a pesar de que Hemías, esclavo de Eubulo, natural de Bitinia, había sido muerto por su mano, (la de Hemias) Aristóteles amó a una de sus concubinas y obteniéndola la tomó por mujer. Fue tan intenso su affaire, que le rendía sacrificios a Ceres Eleusinia, como hacían los atenienses. Después se fue a Macedonia donde Filipo le dio por discípulo a su hijo Alejandro quien, a su vez, pidió a Aristóteles que restaurase su patria, destruida precisamente por Filipo, su padre.
El estagirita puso leyes y también en la Escuela, “a imitación de Jenócrates” , entre las cuales estaba la de nombrar director cada diez días. Antes de regresar a Atenas, se ocupó de su pariente Calístenes Olintio, quien por hablar con excesiva libertad al rey y haberse comprobado una conspiración con Hermolao contra Alejandro, fue encerrado en una jaula “llena de corrupción y hediondez” y por último arrojado a un león, que dio buena cuenta de él. En Atenas regenteó la Escuela durante tres años.
Parece que allí también le fue un tanto esquiva la suerte, porque tuvo que irse ocultamente a Cálcide. Y esto a causa de que Eurimedonte “...presidente de los sacrificios –o Demófilo según lo afirma Favorino en su Historia Varia- lo acusó de impiedad”. Aunque la verdad es que fue a causa del mencionado himno a Hemias y que Aristóteles no se sabe por que, lo puso en mármol al pie de la estatua de Delfos... Al margen de estas cosas, muy similares a las de muchos de nuestros contemporáneos, que suelen escribir en su teclado lo que después borran con el delette, Atristóteles “...murió en Cálcide bebiendo el acónito, como sostiene Eumelo en el libro V de sus Historias.” Unos dicen que “...a los setenta años y treinta cuando ingresó a la Escuela de Platón y otros a los sesenta y tres y diecisiete a la Escuela....”
De todo ello quedó inmortalizado un epigrama de Diógenes Laercio que dice: De impiedad acusaba Eurodimonte, Sacerdote de Ceres, A Aristóteles, y éste el riesgo evita Acónito bebiendo. Esto era realmente lo más fácil Para burlar a un sicofanta injusto. Naturalmente que tales menciones relativas al filósofo inmortalizado a través de los siglos, no pretende opacar su inmortalidad filosófica. Pero al menos intenta colocarlo a nivel de los mortales, al menos como persona y sin la pretensión de hacer inferencias comparativas. Cuando Andrónico de Rodas un siglo antes de C. (Aristóteles nació en el 384 a.C.) ordenó las obras del filósofo, creó de alguna manera la metafísica, “...disciplina filosófica que trata de la esencia de la realidad total y entraña una concepción total de la vida y del universo...”, según definen los diccionarios en uso. En mérito a estas especulaciones que intentamos insertar en un sencillo Editorial de la Semana, se nos ocurre mencionar algunas ideas devenidas de Aristóteles.
Bien dijo el estagirita: “...Hay un rincón de insensatez en el cerebro del más sabio.” Cuando se le preguntó en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, dijo que “...en lo que a los vivos de los muertos” y agregaba: “...el saber, en las prosperidades sirve de adorno y en las adversidades de refugio. Que los padres que instruyen a sus hijos son preferibles a los que los engendran, pues estos les dan la vida y aquellos la vida feliz” El Hilomorfismo, doctrina aristotélica según la cual ”...los cuerpos se hallan constituidos por materia y forma; la materia es lo informe, la sustancia rígida, mientras que la forma es la determinación de la materia; según Aristóteles, no puede existir una materia sin forma, pero sí, al contrario, un principio formal independiente; el puro concepto o el ser permanente de las cosas.”
Esa ha sido la teoría ideada por Aristóteles y seguida por la mayoría de los escolásticos, según la cual todo cuerpo se halla constituido por dos principios esenciales, que son la materia y la forma. Lamentablemente, esa teoría Aristotélica y escolástica parece haber inspirado a George Berkeley en su Tratado de los Principios del Conocimiento Humano, en el que pergeñó el idealismo filosófico, que en manos de los Tomistas y Hegelianos, saturó el Siglo XX de encontradas suspicacias políticas, el nacimiento del materialismo filosófico... y además, de incendios y desventuras.
En otro orden de cosas, Aristóteles sostenía que “Los menores suscitan revoluciones para conquistar la igualdad, y los iguales para superar a los demás...” con lo que anticipaba ya la hipocresía de veinte siglos después. Si bien dijo que “La duda es el principio de la sabiduría”... no imaginó que sembrarla, sería un factor de poder. Finalmente, para dar por concluido este editorial e intentar cerrar el círculo de la idea, digamos que sostenía que “los sentidos son el criterio de la verdad acerca de las operaciones de la imaginativa, y la mente lo es para las cosas morales acerca del gobierno público, privado y leyes” y ponía un solo fin: “el uso de la virtud en la vida perfecta”.
Respecto de la virtud dijo: “...la virtud no es suficiente por si sola para la vida feliz, pues necesita de los bienes del cuerpo y de los extremos. Que el sabio no será más feliz si padece trabajos, pobreza y cosas semejantes; pero que el vicio basta para la infelicidad, por más que se posean los bienes externos y del cuerpo. Que las virtudes no se siguen precisamente unas a otras, pues un hombre prudente y amante de lo justo puede ser destemplado e incontinente. Que el sabio no está absolutamente sin pasiones, pero son moderadas”....
Por último, Diógenes de Laercio menciona la existencia de ocho Aristóteles. Uno el ya mencionado estagirita, el segundo gobernó la República de Atenas, escribiendo una tales Oraciones judiciales, al parecer excelentes. El tercero parece haber escrito De la Iliada. El cuarto fue un orador siciliano que escribió un tratado denominado “Contra el Panegírico de Isócrates”. El quinto se apellidó Mito y fue discípulo de Esquines socrático. El sexto fue cireneo, escritor De Poética. El séptimo fue maestro de niños, memoriado por Aristójeno en La Vida de Platón. Y el octavo fue un gramático, quien trascendió al parecer por escribir un tratado De Pleonasmo, que es algo así como decir “lo vi con mis propios ojos” o “lo escuché con mis propios oidos”, sabiendo que ambas cosas en realidad suenan feo. Es de desear que aparezcan nuevos Aristóteles, que con idéntica genialidad a las ponencias filosóficas de los Antiguos Griegos, logren augurar “un mundo mejor, ante un actual imperfecto”, como lo expresara tan bien el filósofo argentino José Ingenieros.
En estos tiempos en que el hedonismo pretende ser La felicidad, promovida por la frivolidad y la farandulización de una sociedad mediática y en la que las partidocracias finiseculares pretenden ser administradoras de la Democracia, personajes históricos como Aristóteles, amerita referirse a ellos. Según lo consigna Diógenes Laercio, en su obra Vida de los más ilustres filósofos Griegos (Hyspamérica, Vol. I, Libro V), hubo 8 Aristóteles en la historia de Grecia. El primero, hijo de Nicómaco y Efestiada, y nacido en Estagira. Vivió bajo el reinado de Amintas en Macedonia y era descendiente de Esculapio. Y además, fue discípulo dilecto de Platón, aunque se apartó de este y por esa causa se decía que “Aristóteles nos tira coces, como hacen los potricos con sus madres”.
Con lo que queda demostrado que ya en ese tiempo existían los celos profesionales. También tuvo algunas dificultades con Jenócrates, al nombrarse a este Jefe de la Escuela de la Academia. Para hacerle la contra, Aristóteles filosofaba con sus discípulos en el Liceo, a orillas del Ilisos, hasta que entraban al lugar los atletas.
A este paseo filosófico se le denominó Peripatético, que aunque algunos temen que es algo relativo a la tristeza o mala cara, en realidad quiere decir paseo. Como ocurre con ciertas cosas concurrentes en estos días, parece que la frase más contundente del filósofo en alusión a Jenócrates era: “Es cosa indecorosa si Jenócrates habla, que yo calle” Aunque no resulta decoroso hablar mal de los filósofos consagrados, resulta que el estagirita se consagró luego del Liceo al servicio del eunuco Hermías, tirano de los atenienses y según lo afirma Demetrio de Magnesia en su libro “De los poetas y escritores colombroños”, le dio a su hija o sobrina, no se sabe bien, en matrimonio al eunuco. Con lo que manifestó talento de anticipación en estrategia política, además de filosófico.
Pero no quedó allí su visión de la moral de su tiempo, pues a pesar de que Hemías, esclavo de Eubulo, natural de Bitinia, había sido muerto por su mano, (la de Hemias) Aristóteles amó a una de sus concubinas y obteniéndola la tomó por mujer. Fue tan intenso su affaire, que le rendía sacrificios a Ceres Eleusinia, como hacían los atenienses. Después se fue a Macedonia donde Filipo le dio por discípulo a su hijo Alejandro quien, a su vez, pidió a Aristóteles que restaurase su patria, destruida precisamente por Filipo, su padre.
El estagirita puso leyes y también en la Escuela, “a imitación de Jenócrates” , entre las cuales estaba la de nombrar director cada diez días. Antes de regresar a Atenas, se ocupó de su pariente Calístenes Olintio, quien por hablar con excesiva libertad al rey y haberse comprobado una conspiración con Hermolao contra Alejandro, fue encerrado en una jaula “llena de corrupción y hediondez” y por último arrojado a un león, que dio buena cuenta de él. En Atenas regenteó la Escuela durante tres años.
Parece que allí también le fue un tanto esquiva la suerte, porque tuvo que irse ocultamente a Cálcide. Y esto a causa de que Eurimedonte “...presidente de los sacrificios –o Demófilo según lo afirma Favorino en su Historia Varia- lo acusó de impiedad”. Aunque la verdad es que fue a causa del mencionado himno a Hemias y que Aristóteles no se sabe por que, lo puso en mármol al pie de la estatua de Delfos... Al margen de estas cosas, muy similares a las de muchos de nuestros contemporáneos, que suelen escribir en su teclado lo que después borran con el delette, Atristóteles “...murió en Cálcide bebiendo el acónito, como sostiene Eumelo en el libro V de sus Historias.” Unos dicen que “...a los setenta años y treinta cuando ingresó a la Escuela de Platón y otros a los sesenta y tres y diecisiete a la Escuela....”
De todo ello quedó inmortalizado un epigrama de Diógenes Laercio que dice: De impiedad acusaba Eurodimonte, Sacerdote de Ceres, A Aristóteles, y éste el riesgo evita Acónito bebiendo. Esto era realmente lo más fácil Para burlar a un sicofanta injusto. Naturalmente que tales menciones relativas al filósofo inmortalizado a través de los siglos, no pretende opacar su inmortalidad filosófica. Pero al menos intenta colocarlo a nivel de los mortales, al menos como persona y sin la pretensión de hacer inferencias comparativas. Cuando Andrónico de Rodas un siglo antes de C. (Aristóteles nació en el 384 a.C.) ordenó las obras del filósofo, creó de alguna manera la metafísica, “...disciplina filosófica que trata de la esencia de la realidad total y entraña una concepción total de la vida y del universo...”, según definen los diccionarios en uso. En mérito a estas especulaciones que intentamos insertar en un sencillo Editorial de la Semana, se nos ocurre mencionar algunas ideas devenidas de Aristóteles.
Bien dijo el estagirita: “...Hay un rincón de insensatez en el cerebro del más sabio.” Cuando se le preguntó en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, dijo que “...en lo que a los vivos de los muertos” y agregaba: “...el saber, en las prosperidades sirve de adorno y en las adversidades de refugio. Que los padres que instruyen a sus hijos son preferibles a los que los engendran, pues estos les dan la vida y aquellos la vida feliz” El Hilomorfismo, doctrina aristotélica según la cual ”...los cuerpos se hallan constituidos por materia y forma; la materia es lo informe, la sustancia rígida, mientras que la forma es la determinación de la materia; según Aristóteles, no puede existir una materia sin forma, pero sí, al contrario, un principio formal independiente; el puro concepto o el ser permanente de las cosas.”
Esa ha sido la teoría ideada por Aristóteles y seguida por la mayoría de los escolásticos, según la cual todo cuerpo se halla constituido por dos principios esenciales, que son la materia y la forma. Lamentablemente, esa teoría Aristotélica y escolástica parece haber inspirado a George Berkeley en su Tratado de los Principios del Conocimiento Humano, en el que pergeñó el idealismo filosófico, que en manos de los Tomistas y Hegelianos, saturó el Siglo XX de encontradas suspicacias políticas, el nacimiento del materialismo filosófico... y además, de incendios y desventuras.
En otro orden de cosas, Aristóteles sostenía que “Los menores suscitan revoluciones para conquistar la igualdad, y los iguales para superar a los demás...” con lo que anticipaba ya la hipocresía de veinte siglos después. Si bien dijo que “La duda es el principio de la sabiduría”... no imaginó que sembrarla, sería un factor de poder. Finalmente, para dar por concluido este editorial e intentar cerrar el círculo de la idea, digamos que sostenía que “los sentidos son el criterio de la verdad acerca de las operaciones de la imaginativa, y la mente lo es para las cosas morales acerca del gobierno público, privado y leyes” y ponía un solo fin: “el uso de la virtud en la vida perfecta”.
Respecto de la virtud dijo: “...la virtud no es suficiente por si sola para la vida feliz, pues necesita de los bienes del cuerpo y de los extremos. Que el sabio no será más feliz si padece trabajos, pobreza y cosas semejantes; pero que el vicio basta para la infelicidad, por más que se posean los bienes externos y del cuerpo. Que las virtudes no se siguen precisamente unas a otras, pues un hombre prudente y amante de lo justo puede ser destemplado e incontinente. Que el sabio no está absolutamente sin pasiones, pero son moderadas”....
Por último, Diógenes de Laercio menciona la existencia de ocho Aristóteles. Uno el ya mencionado estagirita, el segundo gobernó la República de Atenas, escribiendo una tales Oraciones judiciales, al parecer excelentes. El tercero parece haber escrito De la Iliada. El cuarto fue un orador siciliano que escribió un tratado denominado “Contra el Panegírico de Isócrates”. El quinto se apellidó Mito y fue discípulo de Esquines socrático. El sexto fue cireneo, escritor De Poética. El séptimo fue maestro de niños, memoriado por Aristójeno en La Vida de Platón. Y el octavo fue un gramático, quien trascendió al parecer por escribir un tratado De Pleonasmo, que es algo así como decir “lo vi con mis propios ojos” o “lo escuché con mis propios oidos”, sabiendo que ambas cosas en realidad suenan feo. Es de desear que aparezcan nuevos Aristóteles, que con idéntica genialidad a las ponencias filosóficas de los Antiguos Griegos, logren augurar “un mundo mejor, ante un actual imperfecto”, como lo expresara tan bien el filósofo argentino José Ingenieros.
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