Podemos decir que la verdad es, como la define el diccionario, la condición de lo que es cierto. La conformidad de lo que se dice, con lo que se piensa y se siente.
Desde los albores del pensamiento reflexivo, la verdad ha sido una búsqueda.
Vidas enteras entregadas al fuego y la pasión del conocimiento, han dejado su huella en la Historia del Hombre.
Ríos de tinta para iluminar sobre el Biblo y ríos de sangre para acallarla, tergiversarla o someterla.
Parece ser que ha sido una constante, pujar por hallarla mas allá del conocimiento precario y circunstancial, que la evolución de ese mismo conocimiento suplanta cuando más se ahonda y se investiga.
Pero no cabe duda que la Verdad, suma naturalmente de todas las pequeñas verdades a las que accede el Hombre, es meta y objetivo, razón trascendente un poco mas acá de la Revelación.
Fuera del alcance de los meandros filosóficos, el ciudadano funda su contrato social en la seguir-dad de que todo lo que le es propio en deber y en derecho, se funda en la verdad.
Y es condición fundamental en sus vivencias participativas, que el entorno del Derecho, el Estado, el Gobierno, la Representatividad o sus relaciones económicas y sociales, estén fundadas en la Verdad.
Si ella es manipulada, tergiversada, subestimada, bastardeada y sometida a los designios ajenos al bien público, la República se extingue.
El solo hecho de relativizar el contenido definitorio de la Verdad, constituye la peor amenaza a la soberanía volitiva del ciudadano.
En pocas palabras: si la mentira es la herramienta mediante la cual se intenta consolidar el ejercicio del mandato en las Instituciones; si la mentira fundamenta las propuestas y descalifica los opuestos; si la mentira intenta remediar los efectos de la acción y las conductas, el ciudadano está perdido.
Sin ciudadanos, no hay República.
Pues de acuerdo con las teorias de conspiracion, cada vez mas convincentes, los ciudadanos estamos desinformados [perdidos] desde siempre.
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