Blog masónico de Ricardo E. Polo


martes, 16 de febrero de 2010

El Templo de Salomón - El Templo de Zorobabel

Trazado de divulgación, con datos recopilados por el Q:.H:. Ricardo E. Polo Las implicancias históricas y bíblicas de la construcción del Primer Templo o Templo de Salomón, poseen un encanto singular en la leyenda en cuyo contexto ocupa un importante lugar el arquitecto Hiram Abif, designado por el rey de Tiro a instancias del rey Salomón. Nuestros Q:.H:. necesitan saber y conocer mayores detalles que aquellos que se reseñan en los rituales, pues de tal manera podrán acceder a un mayor conocimiento del aspecto simbólico de la Orden. Este trabajo no pretende sino tan solo aportar mayores datos respecto del Templo y su bíblica historia. Para realzar su esplendor, el primer templo de los Judíos fue llamado hecal Jehovah o beth Jehovah, (pa­lacio o casa de Jehová), demostrando con su magnificencia que allí estaba la habitación perpetua del Señor. El rey David fue el primero que propuso sustituir el Tabernáculo nómada, por un lugar permanente de adoración para su pueblo. Pero aun­que David hubo de realizar los arreglos nece­sarios para concretar tal objetivo reuniendo muchos de los ma­teriales necesarios, no le fué permitido dar principio a tal empresa, que sin embargo fue realizada, según las constancias bíblicas, por su hijo y sucesor, el rey Salomón. David construyó los cimientos del edificio durante el cuarto año de su reinado, el 1012 a.C., mediante la ayuda de su amigo y aliado Hiram, el rey de Ti­ro. El Templo fue construido en alrededor de siete años y medio y Salomón lo dedicó al servicio del Ser Supremo en el año 1004 a.C. Ese fué el año 3000 del mundo, conforme a la cro­nología hebrea. Y aunque hubo muchas discrepancias entre los cronólogos con relación a la ex­acta fecha, esa ha sido la que generalmente se acepta y la que ha servido a los Masones en los cálculos sobre el análisis de las diferentes épocas. Cabe mencionar que David adquirió el sitio en el que se construyó posteriormente el Templo, que se hallaba sobre el Monte Moriah y en una de las prominencias de la cumbre conocida por Monte Zión, porque había decidido construir allí un altar. Ese sitio fue originariamente de propiedad de Ornan el Jebuseo, utilizado como lugar don­de se almacenaba el trigo. Con signo de tragedia Durante tan solo 33 años el Templo conservó su esplendor originario. Las tragedias signaron distintos reinados de los hebreos. Recordemos que en el año 1033, Shishak, rey de Egipto, habiendo declarado la guerra a Rehoboam, rey de Judá, arrasó Jerusalén llevándose sus tesoros. Desde esa época hasta cuando fué terminado, la his­toria del Templo está constituida por una serie periódica de profanaciones de los idólatras, actos de piratería y restauraciones a la pureza del culto. Debieron transcurrir 130 años con posterioridad a la conquista de Shishak, para que Joash, rey de Judá, reuniera fondos para realizar reparaciones en el Templo, al que restauró y puso en perfecto estado en el 3148. En el 3264, Ahaz, rey de Judá, robó en el templo huyendo con sus tesoros, poniéndolos en manos de Tiglath-Pile-Ser, rey de Asiría, con quien se había alia­do para una guerra contra los reyes de Israel y Damasco. Pero no solo robó los tesoros del Templo, Ahaz también lo profanó, introduciendo en él la adoración de algunos ídolos. En el 3276, Hezekiah, hijo y sucesor de Ahaz restauró piadosamente las partes del Templo que fueron destruidas por su padre, poniéndolo al servicio del verdadero culto. Sin embargo, quince años después se vio impelido a pagar con los tesoros del Templo, un rescate a Sennacherih, rey de Asiria, invasor de la tierra de Judá. Todo indica, aunque no existen pruebas valederas, que Hezequiah pudo restaurar el Templo cuando se retiraron los Asirios. Profanaciones y arrepentimientos Continuaron las tragedias en curiosa alternancia, cuando Manasseh, hijo y sucesor de Hezequiah, profanó el templo en el 3306, levantando altares a los enemigos de Dios, cayendo en el culto del Sabeísmo. En el 3328, Manasseh fué conquistado por el rey de Babilonia, llevándolo prisionero lejos del Eufrates, aunque más tarde fué liberado. Arrepentido de sus acciones, a su re­greso a Jerusalén destruyó los ído­los y restaurando el altar de los sacri­ficios. En el 3380, Josiah, que era rey de Judá, imbuido de gran religiosidad puso todos sus esfuerzos en reparar el Templo, pues muchas de sus partes habían sido abandonadas o destruidas por sus predecesores. Josiah colocó nuevamente el arca en su santuario, pues con anterioridad había sido enajenada de su sitio. Pero fue en el 3398, reinando ya Joaquín, cuando Nabucodonozor, rey de Caldea, se llevó a Babilonia una parte de los vasos sagrados del Templo. Durante el reinado de Jechoniah, 7 años más tarde, siguió la saga y se llevó otra parte. Pero no terminarían allí sus depredaciones, pues finalmente en el 3416, en el 11vo. año del reinado de Zedekiah, sucesor de Jechoniah, Nabucodonozor se apoderó de Jerusalén destruyendo completamente el Templo y llevándose a una gran parte de sus habitantes como cautivos a Babilonia. Características del lugar y el Templo Primitivamente construido sobre una roca cortada por grandes precipicios, los cimien­tos del Templo fueron sentados a considerable profundidad mediante una esforzada labor muy dura y costosa. Una muralla de muy grande altura lo circundaba, era de mármol blanco y en su parte más baja medía cuatrocientos cincuenta pies. Midiendo tan solo noventa pies de largo, o ciento cinco pies incluyendo el pórtico, con una anchura de treinta, el cuerpo del Templo poseía un tamaño menor a muchas parroquias modernas. Pero el asombro por su apariencia esplendorosa, y que cau­saba admiración a su pueblo que lo contemplaba, era el patio exterior, las numerosas terrazas, y las magni­ficas decoraciones externas e internas, junto con su elevada ubicación con relación a los edificios circun­dantes. Tal circunstancia parece dar cierto viso de ver­acidad a la leyenda que sostiene que la Reina de Saba al verlo por primera vez, exclamó: "Solo un Gran Señor pudo haber hecho esto." Ocupando, como hemos dicho, apenas una pequeña par­te del Monte Moriah, el Templo en si consistía en el Pórti­co, el Santuario y el Santo de los Santos, circun­dado por patios espaciosos y ocupando tal estructura alrededor de me­dia milla en forma de circunferencia. Transponiendo la muralla exterior se podía entrar al primer patio, denominado “de los gentiles”, ya que aquellos eran admi­tidos allí sin permitírseles seguir más adelante. Una fila de pórticos o claustros, circundaban el patio y sobre ellos existían algunas galerías o comprar-timentos, que se sostenían sobre pilares de mármol blanco. Luego del patio “de los gentiles”, se penetraba al “de los hijos de Israel”, que se hallaba separado del primero por una escasa pared construida en piedra y al que se accedía escalando quince peldaños . Dividido en dos partes, una exterior que ocupaban las mu­jeres y una interior para los hombres, el patio era donde los judíos diariamente acostumbraban reunirse para orar. En una tercera instancia y ya dentro del patio “de los israelitas”, se hallaba el patio “de los sacerdotes”, separado por una pared de alrededor de un codo de altura. El “altar de los sacrificios” se hallaba en centro del patio y era al que el pueblo llevaba sus oblaciones y sacrificios, pero al que sólo entraban los sacerdotes. Para llegar al templo estrictamente así denominado, debían subirse doce escalones desde el patio de los sacerdotes. Y como ya hemos mencionado, el Templo propiamente dicho estaba dividido en tres partes: el Pórtico, el Santuario y el Santo de los Santos o Sancta Santorum, como se lo suele mencionar en Latín. El Pórtico Medía veinte codos de largo por otros tan­tos de ancho y a su entrada existía una puerta de bronce corintio en su ma­yor parte, y que en aquella época era considerado el más precioso metal conocido. Mencionemos, como de trascendencia para este tratado, que aparte de la mencionada puer­ta, existían otros dos pilares que habían sido construidos por Hiram Abif, el arquitecto constructor del Templo, enviado por el rey de Tiro a pedido del rey Salomón. A través del Pórtico se accedía al Santuario, ubicado bajo un portal cubierto por un magnifico velo de muchos colores, que místicamente representaban el universo. El ancho del Santuario era de veinte codos y de cuarenta de largo, es decir, dos veces el tamaño del Pórtico y del Santo de los Santos. El Santuario Este, ocupaba la mi­tad del cuerpo del templo. Allí estaban colocados los diversos utensilios utilizados en el ser­vicio diario del Templo. Consistían, entre otros, en el incensario, donde el sacerdote quemaba esta sustancia aromática cuando oficiaba diariamente; diez candelabros dorados y diez mesas en las que se colocaban las ofrendas an­tes del sacrificio. El Santo de los Santos, cámara ubicada en el fondo del Templo, estaba separada del Santuario por puertas de madera de olivo, artesanalmente esculpidas e incrustadas de oro. También se hallaban cubiertas por finísimo lino así como con velos de color azul, escarlata y púrpura. Veinte codos cuadrados eran el tamaño del Santo de los Santos, igual a las medidas del Pórtico. Era el lugar más sagrado y sólo el sacerdote tenía acceso. Esto ocurría una vez al año, el día de la reconciliación. Allí se encontraba el Arca de la Alianza, trasladada desde el Tabernáculo, con su querubín de guarda y su asiento de misericordia. Con esta descripción, podemos afirmar que el Templo de Salomón, construido por Hiram Abif, debió ser uno de los edificios más espec-taculares y suntuosos de la antigüedad. Sin parecer prosaicos en la reflexión, digamos que el rey David había reunido más de cuatro mil millones de dólares; ciento ochenta y cuatro mil hombres traba­jaron durante siete años en él; y después de haber sido concluido fué consagrado por Salomón con una so­lemne oración y siete días de fiesta. Durante esos días, las ofrendas de paz consistieron en veinte mil bueyes; seis veces ese número, “en ovejas que debían ser consumidas por el fue­go sagrado que vendría del cielo”. La Masonería y el Templo de Salomón No cabe duda que el Templo de Salomón ha tenido un aspecto de mucha trascendencia en la historia y leyendas de la Masonería. Nos dice el P:.H:. Alberto Gallatin Mackey que “Hubo un tiempo en que todo escritor Masón se adhería sin vacilar a la teoría de que la Maso­nería fué allí donde primero quedó organizada; a la creencia de que Salomón, Hiram de Tiro e Hiram Abif, presidieron como Grandes Maestros las Logias que ellos habían establecido; a que fué allí donde se crearon los grados simbólicos y don­de se inventó el sistema de la ini­ciación; y a que desde aquella épo­ca hasta nuestros días, la Masonería ha pasado por la corriente del tiempo en sucesión y forma inalterables. Pero el método moderno de leer la historia de la Masonería ha echado abajo ese edificio de la imaginación con tan buena mano y con tan efi­caz poder, como los que usó el rey babilónico para demoler las estruc­turas sobre las cuales había sido edi­ficado.” Hoy sabemos que ningún escritor que aprecie su reputación como estudioso de los asun­tos históricos, pretendería defender a ultranza esta teoría. La que sin duda ha tenido sus destacados efectos. En el extenso período en que la hipótesis fué aceptada como un hecho cierto, no podemos negar que su influencia contribuyó a que las distintas organi-zaciones masónicas, adquiriesen formas íntimamente ligadas con aquellos acontecimientos relacionados con la construcción del Templo de Salomón. Ciencia de moralidad Y así lo consignamos, al advertir que en la actualidad casi todo el simbolismo de la Maso­nería descansa o proviene de "la Casa del Señor" en Jerusalén. Tan estrechamente están Ligados uno al otro, que cualquier intento de separarlos traería consecuencias fatales pa­ra la existencia de la Masone­ría. No podemos dejar de pensar que “cada Logia es y debe ser un símbolo del templo judaico; cada Maestro en funciones un represen­tante del rey Salomón; y cada Ma­són una personalidad característica del obrero judío”, ateniéndonos al pensamiento de estudiosos de la historia de la Masonería. Sin exageraciones sobre la parcialidad o imparcialidad de la palabra de masones como Gallatín Mackey, esto “debe ser así mientras exista la Masonería. Debemos recibir los mitos y las leyendas que la relacio­nan con el Templo, no como hechos históricos ciertamente, sino como alegorías; no como acontecimientos que realmente han sucedido, sino como símbolos de esos acontecimien­tos; y debemos aceptar esas alego­rías y esos símbolos por lo que sus inventores quisieron que fueran: la base de una ciencia de moralidad.” El Templo de Zorobabel Ya sabemos que en el 3416, en el 11vo. año del reinado de Zedekiah, sucesor de Jechoniah, Nabucodonozor se apoderó de Jerusalén destruyendo completamente el Templo y llevándose a una gran parte de sus habitantes como cautivos a Babilonia. Luego de tal acontecimiento, durante cincuenta y dos años posteriores, Jerusalem no tuvo en su seno sino rui­nas de su antiguo Templo. Fue en el 3468 de la era del mundo y 536 a.C. que Ciro permi­tió a los judíos que regresaran a Jerusalén y reconstruyeran el Tem­plo del Señor. Cuarenta y dos mil trescientos sesenta de los cautivos libertados regresaron conducidos por Joshua, el Alto Sacerdote; Zorobabel, el príncipe gobernador, y Haggi, el Escriba. Un año más tarde a su llegada a Jerusalem lograron colocar lo que podemos denominar los cimientos del Se­gundo Templo. Ciertamente hubo serias dificultades en los trabajos que habían comenzado. Por ejemplo, Artaxerxes, sucesor de Ciro en el trono de Persia y al que se conoce en la historia profana como Cambyses, se negó a que los judíos prosiguieran la construcción del Templo. Esta adversa circunstancia se mantuvo hasta la muerte de Artaxerxes, cuyo sucesor en el trono, Darío, permitió a los hebreos proseguir los trabajos. Además de tales inconvenientes cabe mencionar que durante la construcción del edificio, los samaritanos se negaron a colaborar en la tarea, molestándo continuamente durante los trabajos Darío en su juventud había tenido una gran amistad con Zorobabel. Por tal circunstancia, Zorobabel pudo lograr que el monarca le permitiese seguir con la construcción del Templo. A su regreso a Jerusalén y no obstante algunas interrupciones posteriores, debidas a la enemistad con las naciones vecinas, el templo de Zorobabel, o Segundo Templo, fué terminado. Esto ocurrió en el 515 a.C. y sexto año del reinado de Darío, veinte largos y difíciles años después del comienzo de los trabajos, oportunidad magnífica y año en el que fué consagrado con toda la solemnidad que se llevó a cabo con la consagración del primero. Excedido como un tercio en todas sus dimensiones, el plano general del Templo o Templo de Zorobabel, era similar al primero. Además, al parecer carecía del esplendor que había caractserizado al de Salomón y según Josephus (Antig. Capítulo XI, página 4), "Los sacerdotes y los Levitas, lo mismo que los an­cianos de las familias se desconso­laron, al ver cuánto más suntuoso había sido el antiguo templo compa­rado con el que, dada su pobreza, acaban de levantar." Quienes han estudiado detalles de este episodio bíblico, mencionan que los adornos de oro y demás deco­rados del primer Templo, pudieron ser muy superiores a los del segundo, tal como lo mencionan los escritores de aquellos tiempos. Y particularmente, la auencia del arca y otros utensilios sagrados; el fuego celestial; la pre­sencia divina o nube de la gloria; el espíritu profético y el poder mi­lagroso, hizo que los judíos dijesen también que en el Segundo Templo faltasen, precisamente, las cosas que hubo durante el esplendor del primero. Como podemos advertir, se trata de los mas interesantes sucesos relacionados con la Construcción del Segundo Templo o Templo de Zorobabel. Adentrándonos ya en lo mítico, podemos afirmar que existe una leyenda masónica que aún poseyendo un dudoso fundamento histórico, se encuentra profundamente ligada a los rituales de los templos en la Ma­sonería, y que nos preocupa mencionarla por necesaria. Esta leyenda refiere que cuan­do los obreros realizaban las excavaciones para los cimientos y cuando ya comenzaban, procedentes de Babilonia, su arribo a Jerusalén multitud de ju­díos liberados, con ellos llegaron tres cansados peregrinos, que luego de realizar el viaje a pie por abruptos y difíciles caminos, se apersonaron para ofrecer al Gran Concilio lo que consideraban “sus humildes servicios” y con el propósito de que se les admitiese como obreros en la construcción del edi­ficio. Nos resulta sumamente difícil contar con medios históricos que nos permitan afirmar o sostener con veracidad quiénes fueron estos tres peregrinos. Sin embargo y conforme con una tradición masónica (sobre la que un considerable número de historiadores dan escaso crédito) se hubo tratado de Hananiah, Mishael y Azariah, tres hombres santos. Las referencias señalan que tales hombres santos se habían salvado milagrosamente de los hornos crematorios de Nabucodonozor, que aparece así como triste protagonista de una primera referencia genocida. Estos hombres son mejor conocidos por sus nom­bres caldeos de Shadrach, Meshah y Abednego. El Gran Concilio procedió a su aceptación y a la encomiable tarea desarrollada por ellos se debe el trascendente descubrimiento, conservación y perpetuación de lo que cons­tituye el gran fin y designio del grado del Arco Real. Tal como es de conocimiento de nuestros H:. así como el simbolismo del Primer Templo, o “Templo de Salomón”, posee su relación y referencia a todos los grados simbólicos, el Segundo, o “Templo de Zorobabel”, constituye la base del Arco Real de York y de los Ritos americanos, al igual que en varios altos grados de otros Ritos.

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