Cuando hablamos en nuestros talleres de los filósofos de la Antigüedad y hacemos reflexiones sobre la evolución del pensamiento humano desde Aristipo de Aristenes, extendiéndonos por metodología hasta llegar a Zenón de Elea con el rigor del orden alfabético, advertimos que estamos tratando de discernir los grandes misterios del Hombre, que procura aprehender y comprender el Universo en el que está inmerso y asimismo, las razones o sinrazones de su propia existencia.
Considerándonos libre pensadores,, sabemos que el Libre Albedrío constituye el elemento primordial mediante el cual nos será posible acceder al conocimiento y pensamos que a través de él, a la que consideramos la Verdad, que en esencia, tal vez sea la suma de todas las verdades que vamos descubriendo o postulando como tales.
Luego del pensamiento filosófico llegó la etapa de la ciencia y con ella la teoría del Método, en función de la cual Descartes indicó el camino de su desarrollo en la modernidad, aunque seguramente no constituye, a la luz de los actuales descubrimientos realizados por ella misma, el único medio de arribar a las certezas denominadas “científicas”. No siendo acaso por la soberbia del universitario, que acepta de suyo ser, por detentar El Método, el único en acceder a la Verdad.
Desde un punto de vista estrictamente razonable, decimos que el Libre Albedrío es una condición con la que el GADU nos ha dotado para que podamos alcanzar SU o EL conocimiento. Pero se trata de un postulado volitivo, del que no podemos menos que considerar una conjetura filosófica, extendiéndola a los conceptos teológicos de su discernimiento.
Pero he aquí, por paradoja, que el pensamiento científico nos ayuda a comprender un poco más la magnitud de los misterios que nos rodean, ya que aquella legendaria partícula mencionada por Plotino, el átomo, que sería la partícula elemental, ha pasado a estar él mismo, constituido de las infinitas partículas que conforman la materia.
Según hemos escuchado como proveniente de Hermes Trimegistro, “lo que esta arriba es como lo que está abajo” y esa enigmática fórmula o postulado que nos permitiría saber sobre la Verdad que nos abarca en el Universo, viene ahora de manos de la ciencia astronómica a darnos un nuevo aire de oxigenada razonabilidad, para explicarnos el sentido del Libre Albedrío.
Sostiene el físico y astrónomo Stephen Hawkins que “La descripción dual de partículas como ondas y ondas como partículas, resultó ser la clave para abrir los secretos del mundo cuántico, y condujo al desarrollo de una teoría satisfactoria que explicaba el comportamiento de átomos, partículas y luz. Pero en el núcleo de esa teoría yacía un profundo misterio”
Ese sencillo párrafo extraído del contexto de una de sus obras, nos abre el camino para el intento inmediato de develar aquel misterio. Así es como Hawkins alega que: “Puesto que todas las entidades cuánticas poseen un aspecto de onda, no pueden ser fijadas con exactitud en una localización definida en el espacio. Por su propia naturaleza, las ondas son cosas que se expanden. Así que no podemos estar seguros de dónde está exactamente un electrón..., y la incertidumbre resulta ser un rasgo integral del mundo cuántico.”
¿Qué significado daremos a esta proposición?
¿De qué se trata esto de la Incertidumbre?
¿Y de qué manera posee influencia en nuestras ideas sobre las presuntas Verdades a las que pretendemos acceder?
Recordemos entonces que “El físico alemán Cerner Heisenberg estableció en los años veinte que todas las cantidades observables se hallan sometidas, a escala cuántica, a variaciones al azar de su tamaño, siendo la magnitud de esas variaciones determinada por la constante de Planck. Es el famoso «principio de incertidumbre» de Heisenberg. Significa que nunca podemos efectuar una determinación precisa de todas las propiedades de un objeto como un electrón: todo lo que podemos hacer es asignar probabilidades, determinadas de una forma muy precisa a partir de las ecuaciones de la mecánica cuántica, respecto a las posibilidades de que, por ejemplo, el electrón se halle en un determinado lugar en un determinado momento”.
Naturalmente, tal postulado nos produce asombro a los legos de la ciencia, que solo nos ocupamos de los alcances de lo filosófico en aquello que nos atañe. De tal manera que el famoso “principio de incertidumbre”, el azar y las probabilidades, entran en el mundo de nuestras ideas como un atisbo de la vulnerabilidad de aquello que normalmente entendemos como certeza.
Stephen Hawkins nos dice luego que “Además, la naturaleza incierta y probabilística del mundo cuántico significa que, si dos ondiculas idénticas son tratadas de forma idéntica (quizá sometiéndolas a colisión con otro tipo de ondícula), no responderán necesariamente de forma idéntica. Es decir, el resultado de los experimentos es también incierto, a nivel cuántico, y puede ser predicho sólo en términos de probabilidades. Electrones y átomos no son como pequeñas bolas de billar que chocan y siguen sus trayectorias según las leyes de Newton” Con lo que, de alguna manera, estos postulados cuestionan la inexorabilidad del método que nos legara don Descartes.
De tal manera, siguen sumándose a las incertidumbres cotidianas y a los lejanos meandros de mi búsqueda y de ser cierta la proposición, la relatividad nos abrumará de dudas y nuestro camino se verá obstaculizado por la necesidad de ahondar con mas cuidado sobre las propuestas que podamos establecer. Y si no, demos lectura a estos conceptos que siguen, en especial por lo que creemos que es y lo que en realidad ocurre.
“Nada de esto se muestra a la escala de nuestra vida cotidiana, --nos asombra sin lástima alguna Hawkins-- donde los objetos como las bolas de billar se mueven de una forma predictible y determinista, en línea con las leyes de Newton. La razón es que la constante de Planck es increíblemente pequeña: en las unidades estándar usadas por los físicos, es un mero 6 x ~0-34 (una coma decimal seguida por 33 ceros y un 6) de un julio-segundo. Y un julio es una unidad realmente sensata de la vida cotidiana: una bombilla de 60 vatios irradia 60 julios de energía cada segundo. Para los objetos cotidianos como bolas de billar, o nosotros mismos, el pequeño tamaño de la constante de Planck significa que la onda asociada al objeto tiene una longitud de onda compa-rativamente pequeña y puede ser ignorada. Pero incluso una bola de billar, (o nosotros mismos), tiene una onda cuántica asociada, aunque sólo para los objetos diminutos como los electrones, con diminutas cantidades de momento, obtenemos una onda lo suficientemente grande como para interferir con la forma en que interactúan los objetos”.
Con lo que nuestro asombro crece, porque ahora intuimos las inmensas posibilidades del orden causal, en el que podemos influir para determinar sin saberlo, increíbles circunstancias que podrían constituir el mundo de lo inexplicable... pero explicable...
Bueno, coincidiendo con Hawkins cuando sostiene que “Todo esto suena muy oscuro, algo que podemos dejar tranquilamente para que se preocupen de ello los científicos mientras nosotros seguimos con nuestras vidas cotidianas. En general, eso es cierto, aunque vale la pena darse cuenta de que la física que hay detrás de la forma en que funcionan los ordenadores o los televisores depende de nuestra comprensión del comportamiento cuántico de los electrones. Los rayos láser también pueden ser comprendidos tan sólo en términos de física cuántica, y cada reproductor de discos compactos utiliza un rayo láser para explorar el disco y «leer» la música. Así, la física cuántica interfiere realmente en nuestras vidas cotidianas, aunque no necesitemos ser un mecánico cuántico para reparar un televisor o una cadena de alta fidelidad”
Bien, pero si creemos que aquí terminan los asombros respecto de las verdades desconocidas que siendo tales nosotros ignoramos, surge súbitamente una instancia más dentro del orden de los asombros. Y si Charles Fort nos hizo erizar la piel a causa de sus testimonios “malditos”, ahora es posible afirmar que el físico Hawkins nos devela casi el sumun con esta afirmación, cuando sostiene: “Pero hay algo mucho más importante para nuestras vidas cotidianas, inherente a la física cuántica. Al introducir la incertidumbre y la probabilidad en las ecuaciones, la física cuántica aleja de una vez por todas la predictividad del mecanismo de relojería del determinismo newtoniano. Si el universo funciona, a su nivel más profundo, de una forma genuinamente impredictible y no determinista, entonces se nos devuelve nuestro libre albedrío, y podemos tomar después de todo, mis propias decisiones y cometer nuestros propios errores”.
Y he aquí con sencillez meridiana, el cómo un científico, reconciliando la materialista ciencia con el especulativo desarrollo de la filosofía, nos permite exponer con un suspiro de exhalación pulmonar, el ¡ah, que alivio...!, al poder comprender que al menos, recuperamos la convicción de que el GADU nos ha dado la confirmación de que el Libre Albedrío, es una certeza
No hay comentarios:
Publicar un comentario