Blog masónico de Ricardo E. Polo


viernes, 19 de febrero de 2010

La búsqueda de los asesinos en el tercer y noveno grados --un poco de instrucciòn Ritual-

Existe una narración en la Francmasonería originada de cierto Cuerpo de Compañeros de la Orden, indignos, quienes tomaban parte en una conspiración con el propósito de arrancar por la fuerza a un distin­guido hermano un secreto del que era poseedor. La narración es del todo simbólica, y cuando su simbolis­mo es entendido debidamente, llega a ser extremadamente hermoso. Pa­ra algunos, es a veces visto con indife­rencia, y casi siempre considerado como un absurdo. Pero no es esa la manera como deben leerse las narraciones y símbolos de la Masonería, si es que deseamos saber su verda­dero espíritu. Al contemplar la dio­sa en toda su gloriosa hermosura, el velo que oculta su estatua debe ser corrido.

Los escritores Masónicos que han tratado de interpretar el simbolismo de la leyenda de la conspiración de los tres asesinos, no están siempre de acuerdo con la in­terpretación, aunque lo han intenta­do, finalmente han obtenido el mis­mo resultado, es decir, tiene, en efec­to significación espiritual. Aquellos que hacen figurar a la Masonería Especulativa a los remotos tiempos de la adoración solar, de cuyo gru­po a Ragón se considera el exponen­te, encuentran en éste relato el símbolo de la conspiración de tres me­ses de invierno para destruir el ca­lor del sol que nos da vida. Aquellos a quiénes gustan los discípulos del Rito de la Estricta Observancia, re­montan a la Masonería al origen Templario» explican la leyenda refi­riéndose a la conspiración de tres caballeros apostatas que falsamente acusaron a la Orden, ayudando así al Rey Felipe y al Papa Clemen­te, a abolir el Templarismo, y a dar muerte a su Gran Maestro Jackes de Molay.

Hutchinson y Oliver, los que trabajaron con el fin de dar una interpretación Cris­tiana a todos los símbolos de la Ma­sonería dicen que el relato de la crucifixión del Mesías, cuyo signi­ficado es por supuesto, la muerte de Abel por su hermano Caín; a la vez que otros, cuyo caudillo es Chevalier Ramsay, trataban darle significación política, haciendo a Carlos I. el tipo del Constructor, simbolizando a Cromwell y a sus adherentes como los conspiradores.

El estudiante Masónico cuya mi­ra ha sido identificar el sistema mo­derno de la Francmasonería con los Misterios Antiguos, especialmente con los Egipcios, los que se supo­nen ser el germen de todos los otros, interpretan a los conspiradores co­mo el símbolo del Principio Maligno, o el Tifón, dando muerte al Princi­pio Benéfico, u Osiris; o cuando se refieren a los Misterios Zoroásticos de Persia, como Ahriman contendiendo contra Ormuzd. Y finalmen­te, en los grados Filosóficos, el mito se interpreta como significativo de la guerra de la Falsedad, la Ignoran­cia de la Superstición contra la Verdad. De los supuestos nombres de los tres Asesinos, existe una ligera variación, pues materialmente difieren en todos los Ritos principales. Así tenemos las tres JJJ en los Ritos de York y Americanos.

En el sis­tema Adonhirámito tenemos Romvel, Gravelot, y Abiram. En el Rito Escocés encontramos el nombre da­do en los viejos rituales, como Jubeluto Akirop, algunas veces Abiram, Jubelo Romvel, y Jubela Gravelot. Scbterke y Oterfut se encuentran en algunos de los Rituales Alemanes, mientras que otros rituales Escoceses tienen Abiram, Romvel, y Hobhen. En todos éstos existe una co­rrupción manifiesta, y la paciencia de muchos estudiantes Masónicos ha estado próxima a agotarse al bus­car algún derivado plausible y sa­tisfactorio. Los treinta y tres grados de la Masonería del Rito Escocés Antiguo y Aceptado se agrupan en clases. La tercera, llamada ordinariamente Consejo de los Elegidos, se di­vide en tres Cámaras, de las cuales el grado IX cons­tituye la primera. Después de haber recorrido toda la escala del Rito, y meditado con espíritu cultivado todas las leyendas respectivas, puede el masón emitir juicios que descansen en un criterio positivo y en un temperamento forjado, y probado en el duro yunque de la Masonería.

No obstante, autores a quienes debemos considerar, por consiguiente, como ajenos a estos grados, han preten­dido desprestigiar a nuestra respetable Institución, dando a la leyenda una inter­pretación enteramente ajustada a la letra, con lamenta­ble ignorancia o malicioso olvido del espíritu que in­forma los grados todos en nuestra Institución. Para quienes siempre tienen presente que su fin preciso es la perfección del corazón humano y su emancipación de todo vicio, las palabras "puñal" y "decapitación" que figuran en medio de una edificante alegoría, no puede legítimamente tener otra significación que la de inspirar horror justamente contra el delito y sin el cual tampoco puede existir el sentimiento ruin de la ven­ganza.

En otros términos, si la decapitación del asesino no fuera simplemente simbólica, no habría tenido cabida en la Masonería. En efecto, la leyenda del grado IX nos rememora a la desaparición del Respetable Maestro Hiram, que ha sumido en el dolor a Salomón y a todos los obreros del Templo. Tan pronto como el sabio Rey supo que Hiram no presidía ya las labores, suspendió por un edicto los salarios de los obreros hasta que el jefe fuere encontrado, vivo o muerto.

Recordad que los hermanos que partie­ron en su busca le hallaron sepultado bajo una rama de acacia. Stolkin, con encomiable buen sentido, llevó el cadáver a Salomón, quien no se contentó con dispensar a los restos de Hiram un entierro tan espléndido y suntuoso como si se tratara de un rey, sino que quiso además capturar vivos a los asesinos para inmolarlos a la memoria de aquél a quien tanto había amado... Ofreció premios y magníficas recompensas a los que dicten noticias exactas del lugar donde se habían refu­giado los criminales, hasta que un día apareció a darlas un pastor de Joppa. He aquí, el punto de enlace entre las ceremonias anteriores y la del G.´. IX.

 La hermosa leyenda del grado IX tiende a duros a entender que los delitos no pueden quedar impunes; que la venganza es un sentimiento causado por el de­lito mismo y, en último término, el castigo natural que toda trasgresión lleva envuelta en sí misma; o sea, que contra el delito de la ignorancia que mata, la Masonería no tolera otra venganza que la acción del más puro ra­ciocinio en lucha decidida por sus ideales.

La actitud. de Salomón al perdonar a Johaben su desobediencia y la del misterioso acotoparlante al intervenir en su fa­vor, nos enseñan que el perdón es una virtud que debemos practicar como bálsamo para los remordimientos del culpable y que el hombre necesita cultivar la amistad como un medio de ayuda generosa en las circunstancias críticas en que la vida suele colocarnos.

¡Luchemos, pues, sin descanso en llevar luz al cora­zón y al cerebro del pueblo para que, viendo claro y sintiendo hondo, terminen los delitos y cesen las ven­ganzas.! Sola, a menudo proscripta, a veces mal comprendida, pero siempre atacada con fiereza por los enemigos de la Luz, la Masonería ha debido velar constantemente por su conservación y por su obra, sin descender jamás del piano de sus elevadas virtudes, sin otras armas para su defensa que los ejemplos llenos de heroísmo y ab­negación y sin otras herramientas para su obra que la palabra plena de claridad y razón. Es, por tanto, un alto timbre de honor para la Maso­nería haber llegado, desde el fondo modesto de sus Templos, hasta la altura en que hoy llamean sus emblemas de redención, como símbolos invictos de liber­tad y progreso.

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