por el V:.H:. Ricardo E. Polo :.
En estos tiempos en los que ciertas teorías apresuradamente designadas como causantes “del fin de la historia” o el “final de las ideologías” y hasta temerarios que hablan del “fin del trabajo”, se confunde fácilmente la mundialización de la tecnología y sus efectos, con la desaparición de los Estados, la transculturización y la ausencia de una ética y una moral que nos permita no solo la convivencia, sino el avizorar un futuro para cada uno y toda la humanidad en su conjunto y que la mediática denomina globalización.
Claro está que aquella “esperanza”, en función de la cual el individuo se lanzaba a la vida con una certeza de su crecimiento, es hoy una certidumbre de desesperanza mientras se advierte el crecimiento de unos pocos ricos y el aumento pavoroso de los más pobres.
En este panorama triste y desalentador, aún es posible refugiarse en la palabra de nuestros arquetipos, como en el caso de José Ingenieros, que en su obra “El Hombre mediocre” nos habla, entre otras cosas, de los forjadores de ideales.
En este caso ha tomado como paradigmas a Sarmiento y Ameghino, cuyo tránsito por las veredas de la historia Argentina ha sido ejemplar y misteriosamente adelantado para su época. No obstante lo cual, su pensamiento trasciende los límites de las fronteras.
“La desigualdad es la fuerza de toda selección. No hay dos lirios iguales, ni dos águilas, ni dos orugas, ni dos hombres: todo lo que vive es necesariamente desigual,” sostenía Ingenieros y agregaba luego para explicarse: “algunos hombres excepcionales anticipan su visión a la de todos, la concretan en un ideal y la expresan de tal manera que perdura en los siglos. Heraldos, la humanidad los escucha; profetas, los creen; capitanes: los sigue; santos, los imita”. ¿Contradecía los principios masónicos al negar la Igualdad? De ninguna manera, no negaba la Igualdad de Derechos, ni de oportunidades, ni que todos los hombres son iguales ante la Ley. Mencionaba tan solo el privilegio de ser criaturas inéditas, cada una de ellas un libro irrepetible.
Sostenía ingenieros que la genialidad es una coincidencia. Para alcanzarla necesita el clima propicio. “ningún filósofo –sostuvo-- estadista, sabio o poeta, alcanza la genialidad mientras en su medio se siente exótico o inoportuno; necesita condiciones favorables de tiempo y de lugar para que su aptitud se convierta en función y marque una época en la historia”. Asombrosas definiciones para un tiempo donde al que crece en talento, se lo intenta bajar al nivel del mediocre porque la mediocridad campea en nuestro tiempo.
“El genio y el idiota son los términos extremos de la escala infinita”, mencionaba este masón esclarecido y sostenía luego que “Por haberlo olvidado mueven a reír las estadísticas y las conclusiones de algunos antropólogos. Reservemos el título a pocos elegidos. ”Son los que logran finalmente transfundirse en las generaciones sucesivas “herederas legítimas de sus ideas y de sus impulsos”.
De Sarmiento dijo que “sus pensamientos fueron tajos de luz en la penumbra de la barbarie americana, entreabriendo la visión de las cosas futuras”. No contento con esta frase, dijo de aquél que “tenía la clarividencia del ideal y había elegido sus medios: organizar civilizando, elevar educando.”
Para resumir su visión del genial sanjuanino, Ingenieros sostuvo que “A los setenta años le tocó ser abanderado de la ultima guerra civil movida por el espíritu colonial contra la afirmación de los derechos ideales argentinos: en su libro La Escuela Ultrapampeana, escrita a zarpazos, se cierra el ciclo del pensamiento civilizador iniciado con el Facundo (un canto contra el feudalismo autóctono y la barbarie). En esas horas crueles cuando los fanáticos y los mercaderes lo agredían para desbaratar sus ideales de cultura laica y científica, en vano habría intentado rebelarse a su destino”. Tal era su fortaleza ética, moral e idealista.
No menos elocuente fue su pensamiento sobre Florentino Ameghino. Dijo de él que “La vasta obra de Ameghino, en nuestro continente y en nuestra época, tiene los caracteres de un fenómeno natural.”
Todo genio, naturalmente, posee aristas discutibles. Al respecto, sostenía Ingenieros que “Ameghino a la par de todos los que piensan mucho e intensamente se contradijo muchas veces en los detalles, aunque sin perder nunca el sentido de su orientación global.” Y finalmente definió su intenso trabajo científico con estas sencillas palabras: “Hay mas valor moral en creer firmemente una ilusión propia, que aceptar tibiamente una mentira ajena”.
Hoy, frente a un desalentador panorama de nulidades que crecen y avergüenzan al hombre honesto, Sarmiento pareciera a las multitudes un himno escolar y Ameghino un desconocido que a pesar del olvido de sus compatriotas, posee una estatua en la Plaza Roja de Moscú y un solo memorial de piedra triste, remedo de rostro pintarrajeado por los irresponsables de nuestro tiempo, en las barrancas marplatenses, donde en sus cercanías se inmoló de pena Alfonsina Storni...
Ambos masones dieron todo su talento y afiebrada intensidad de visionarios del progreso y pocos los recuerdan mas allá de los slogan repetidos. Sin embargo, su conducta moral inspiró a Ingenieros a decir: “Frente a la domesticación del carácter que rebaja el nivel moral de las sociedades contemporáneas, todo homenaje a los hombres de genio que impendieron su vida por la Libertad y por la Ciencia, es un acto de fe en su porvenir: solo en ellos puede tomarse ejemplos morales que contribuyan al perfeccionamiento de la humanidad. Cuando alguna generación sienta el hartazgo de la chatura, del doblez de servilismo, tiene que buscar en los genios de su raza, los símbolos del pensamiento y de acción que la templen para nuevos esfuerzos”
Intentemos, los que no nos hemos dejado seducir por los cantos de sirena de nefastas globalizaciones y delirios semánticos, propagar la certeza de que tenemos suficientes ejemplos en la historia del pensamiento argentino, como para admitir la disgregación cultural de la mediática contemporánea.
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