Blog masónico de Ricardo E. Polo


martes, 16 de febrero de 2010

Las fuerzas morales y el hombre mediocre

por el V:.H:. Ricardo E. Polo Por cierto que esta nota no pretende originalidad literaria y menos aún pontificar sobre experiencias adquiridas Ella solo pretende ser un intento de refrescar la memoria y res­catar de un injusto olvido, el pensamiento de uno de los argentinos más esclarecidos de nuestra historia. Se trata de don José Ingenie­ros, cuyas ideas son tildadas en nuestro tiempo como de "perimidas", aunque el término carezca de definiciòn en los diccioanrios de la lengua... Frente a la crisis moral y éti­ca que padece el mundo que nos toca vivir, ciertamente se hace necesario recordar a quien refiriéndose a las fuer­zas morales dijera que ellas "se transmutan sin cesar en la humanidad; seducen al que logra escuchar su canto sirenaico y confunden al que pre­tende en vano desoírlo". Transmutar, decía, no anularlas. Y para quienes han olvi­dado el imperio de su necesi­dad, vale la afirmación de que "todo rango es transito­rio, sin su sanción inapelable". No habría soberbias, si así se hiciera. Ingenieros afirmaba que a esas fuerzas "les temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos"... y entre otras co­sas porque las fuerzas mora­les no son virtudes de catálo­go, sino moralidad viva. Cuando en su prédica se refería a la importancia del trabajo en la vida del hombre y en especial su con­tribución a la grandeza común, decía que el derecho a él, estaba condicionado al sentido del deber y sostenía que "los más inteligentes e ilustrados, comprenderán que son mayores sus deberes y sus responsabilidades". Al­go así como predicar con el ejemplo. Las ideas de José Ingenieros se comprometen con los años veinte y luego de' haber padecido la humanidad los horrores de su Primera Gue­rra Mundial. Su pensamiento signó a toda una generación y se perpetuó luego en todos los jóvenes progresistas que como él definiera "debían lu­char por un mundo mejor an­te un actual imperfecto". De­finición que goza de cierta actualidad, por cierto. Nadie tiene dudas hoy, de asistir a un tiempo de decadencias. Las hay en todos los órdenes: en la familia, en la sociedad, en las dirigencias, en las costumbres, en la vida co­tidiana. Siendo la Justicia uno de los poderes en nuestra sociedad, lamentablemente cuestionado, Ingenieros fue premonitorio. Afirmó que "la comprensión es premisa de justicia. Juzgar a los hombres sin comprender sus móviles. sus ideales, sus sentimientos. Es una falta de moralidad." Afirmó también que "La justicia es el equilibrio entre la moral y el de­recho. Tiene un valor superior al de la ley”. Lo justo es siempre moral; las leyes pueden ser injustas. Acatar la ley es un acto de disci­plina. pero a veces implica una inmoralidad: respetar la justicia es un deber del hombre digno, aunque para ello deba elevarse por sobre las imperfecciones de la ley." Hizo hincapié en la necesidad de valorar al mérito por sobre otras consideraciones. Y ca­lificó: "donde más medran. Los que más se arrastran, las piernas no se usan para marchar erguidos. Acostumbrándose a ver separados el rango del mérito, los hombres renuncian a éste por obtener aquél: prefieren una buena prebenda a una buena conducta... " Los que hemos leído a temprana edad sus obras de profunda fe en los valores y en el porvenir de la humanidad (aunque profetizó el advenimiento de la mediocridad como es­tilo de vida) no podemos menos que recor­dar aquello de que "el hombre justo rehuye complicidad con el mal...; el hombre justo se inclina respetuoso ante los valores reales...; el hombre justo necesita tina inquebrantable firmeza. Los débiles pueden ser caritativos, pero no saben ser justos. Y existen débiles que no solo no son justos, ni siquiera son ca­ritativos. De la solidaridad dijo: "cuando se obstruye el camino de todas las posibilidades, hay injusticia en la nación... Las naciones es­tán civilizadas en cuanto oponen la solidari­dad total a los privilegios particulares." "Ninguna turba doméstica puede torcer a un hombre libre", afirmó y más tarde enrostró con fuerza indiscutible: "...algo necesita el hombre de los demás: respeto." He recordado siempre y se ha fijado en mi conciencia aquello de que "el que duda de sus fuerzas morales está vencido..." Pero peor aún es aquel que no las tiene. Ingenieros sostenía que son nocivos para la sociedad los que carecen de un derrotero moral. Y aludiendo a la dignidad sostenía que se pierde "por el apetito de los honores actuales, trampa en la que los intereses crea­dos aprisionan a los hombres libres; solo consigue renunciar a los honores, aquel que se sabe superior a ellos." Con relación a la burocracia, decía de tila que "es una podadera que suprime a los individuos todo brote de dignidad, uniforma, enmudece, paraliza..." Qué premoniciones las de este argentino lu­minoso en su prédica y trágico en su final, que tal vez, como el de don Lisandro de la Torre. Fue por cansancio moral. Cuánta profecía hubo en su prolífica obra esclarecedora...! Y qué: lamentable el olvido de sus compatriotas, que como a Sócrates, han condenado sus ideas al ostracismo... He tenido presente, durante toda mi vida, al­go que impactó fuertemente en mi a los 16 años. cuando me embriagué con la lectura de las obras de este filósofo argentino. "Ninguna fuerza coercitiva puede imponer nor­mas de cond0cta contrarias a la propia con­ciencia moral. La obligación del deber solo reconoce la sanción de la justicia." Y ello ha sido para mí una profunda convicción coti­diana. También incursionó Ingenieros en tenias como el mérito y sostenía que el "rango es insto solo como sanción del mérito", esto, porque estaba convencido de que "la servidumbre moral es el precio del rango injus­to". "Todos los incapaces de crear su propio destino -sostenía- conjugan sus impotencias y la condensan en tina moral burocrática que infecta a la sociedad entera. Los hombres as­piran a ser medidos por su rango de funcio­narios; el culto cuantitativo de la actitud suplanta el respeto cualitativo a la aptitud." Y como paradigma de su convicción sobre esta particular categoría de individuos, que, por cierto ocuparon su prédica como k mediocres, sostuvo que "las mas de las personas respetadas por su rango, ruedan: anonimato el mismo día en que lo pierden en esa hora se mide la vanidad de su destino, por el empeño con que sus domésticos alaban a los nuevos amos que lo sustituyen Debemos tomar como sentencias aquellas expresiones del pensamiento de José Inge­nieros cuando sostiene: "es despreciable el juicio de los malos aunque estos sean los más". Luego agregaba que el que "se encum­bra está obligado a servir de modelo sin que el exceso de ingenio pueda justificar la mas leve infracción moral; cuanto más expectable es la posición de un hombre en la sociedad, tanto más imperativos se tornan sus deberes para con ella." No cabe ninguna duda que la mediocri­dad es una incapacidad de ideales. El hombre mediocre no crea, ni fundamentaliza, ni sirve a sus semejantes. Por el contra­rio, es el mediocre el causante de daños que muchas veces son irreparables. He aprendi­do a lo largo de mi vida y en particular en aquellos que serví con dignidad en las instituciones a las que pertenecí, sobre la existencia cotidiana de tales hombres, fácilmente cosechables en estos críticos tiempos. Pero ellos no serían posibles, si no existiera la hipocresía, de la que Ingenieros decía que "es el arte de amordaza la dignidad; ella hace enmudecer los escrúpulos en los hom­bres incapaces de resistir la tentación del mal." Y no podía menos que agregar "el hi­pócrita está constreñido a guardar las apa­riencias, con tanto afán como pone el virtuo­so en cuidar sus ideales." Refiriéndose a las características del hombre mediocre, Ingenieros afirmaba que "crecen porque saben adaptarse a la hipocre­sía, como las lombrices a la entraña...; son refractarios a todo gesto digno: le son hostiles. Conquistan honores y alcanzan dignidades, pero en plural...; caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad contra todas las corrientes rebajadoras..." La mediocridad teme al digno. Por eso lo persigue. Finalmente y como corolario de esta síntesis del pensamiento de Ingenieros y de la in­fluencia que ha tenido en este ciudadano, debo añadir que han sido en mi vida, fundamentales estas palabras del fi­lósofo "ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo inmerecido. Mientras los serviles trepan entre las realezas del favoritismo, los austeros ascienden la es­calinata de sus virtudes. 0 no ascienden por ninguna." Además, ignorará el hombre digno las cobar­días que dormitan en el fondo de los carac­teres serviles, "no sabe desarticular su cerviz. Su respeto por el mérito le obliga a descartar toda sombra que carece de él, agredirla sin amenaza. Castigarla si hiere." Recordaré siempre que el hombre digno puede enmudecer cuando recibe una terrible herida, temiendo acaso que su desdén exce­da la ofensa; pero llega su sentencia y llega en su estilo nunca usado para adular ni para pedir; más hiriente que cien espadas, "cada verbo es una flecha cuyo alcance finca en la elasticidad del arco: la tensión moral de la dignidad. Y el tiempo no borra ni una sílaba de lo que así se habla..." Si este trabajo sirve de algo, sea para que pueda iluminar conciencias y disipar aque­llas sombras que son tinieblas y obnubilan el pensamiento cuando, precisamente, se ca­rece de fuerzas morales. Con humildad, dejo una exhortación a perseverar, tal vez, en la búsqueda de alguna de las obras de José Ingenieros, posibles de res­catar en esas viejas librerías de Corrientes, Lavalle o Avenida de Mayo. Seguramente permitirán experimentar un balsámico men­saje de esperanza frente a "un actual imper­fecto..."

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