Uno de los asombros entre los asombros, es el que se suele experimentar en las novelas de aventuras, cuando el barco de los temerarios ha perdido el rumbo.
Al parecer, hay un desvarío que acomete a los inermes expedicionarios, cuya mirada alucinada, en ocasiones, suele perderse tras la niebla que obnubila el horizonte.
Haciendo memoria de la osadía desventurada de tres compañeros que pretendieron conocer ciertas palabras sagradas, al parecer el siglo XXI nos sorprende con la acechanza de una pretendida refundación de la Leyenda, incorporándose ahora un cuarto, a los tres Jóvenes cuyos nombres fueron de similar cacofonía.
Según el pensamiento del autor, se trataría de un nuevo personaje llamado Judeós, que difiere de los tres tradicionales, por estar en posesión de la Maestría.
Es así que dejando correr la imaginación, surge ante el curioso lector la asombrosa aventura de algunos novatos grumetes. En efecto, dentro de las páginas del cuento, emerge la posiblidad de que algún apresu-rado, alentado por las indiscreciones casi cotidianas de los contramaestres, decida reformular las Leyes o Landmarks que imperan abordo.
Extraña circunstancia esta. Porque seguramente a causa de las tinieblas y ausencia de los instrumentos de navegación en manos de los amotinados, la enajenación colectiva embriaga los espíritus timoratos, y enciende la llama de la rebelión de los tripulantes, seguramente desorientados por los avatares de sus naturales falencias.
Aunque no resulte justificable en los contramaestres (Maestros de la ciencia náutica), estos caerían en el facilismo de pretender reformular la ciencia marina, que requiere la experiencia de años navegando.
En el vértigo del suceso, se esperaba que al menos el Capitán y sus Oficiales reaccionaran frente al hecho, que se ajustaba a cierta Leyenda de la Masonería.
Sin embargo, la cosa se complica cuando el propio Capitán alentó a los amotinados a reformular las reglas tradicionales, que siempre permitieron sortear furibundas tormentas. Pero, al parecer, también perdió el rumbo. Y se sospechó que tal circunstancia hubiera ocurrido mucho antes, pues resulta inadmisible que un Capitán conduzca su buque sin aceptar los Límites.
Aunque nuestro cuento pareciera carecer de entidad mas allá de serlo, en estos días los delirios mitoma-níacos de escritores un tanto delirantes, no solo se habrían lanzado a permitir y estimular los desvaríos, sino a combatir imaginarios dragones asumiendo el triste papel de un don Jorge de barrio.
Singular aventura esta, casi leyenda. Pero de tanta cosa rara en estos tiempos, no vaya a ocurrir que alimente algún incendio.
Como cada Ciudadano, cada Hombre, el masón conoce el alto precio que debe pagarse por conservar la dignidad, preservarla de las acechanzas del vicio y procurar adquirir mayores virtudes.
Al alcanzar la Maestría, aprendemos que "la experiencia sirve de guía, y en el de-sarrollo de las miserias humanas se ve claramente lo que las producen..." También, al señalar el deber de enseñar, se exhorta a ser "buenos, valerosos y magnánimos." Y como un llamado de atención hacia las creencias maximalistas del poder del racionalismo científico, se nos dice que la Orden "...Observa que la Ciencia por si sola, no produce sino autómatas más o menos hábiles, más o menos peligrosos quizás, y que solo la Virtud es la que verdaderamente crea a los Hombres".
Tres son los Vicios principales que corrompen al Hombre: "..la Ignorancia, la Ambición y la Hipocresía.." Y bien sabemos que habiendo sido Hiram Abif la representación del símbolo del Bien, quienes dispusieron de su vida representan y personifican al mal.
Vivir con dignidad resulta difícil y constituye un gran peso moral. Y sobrellevar los embates de quienes no respetan la dignidad de los otros, es una pesada carga.
Por estos días parecen haberse olvidado los principios de la Masonería, que nos indican: ...el amor a la verdad, que es fuente de todo bien, el huir de la mentira, origen de todo mal; la búsqueda de cuanto medio sea posible para ilustrar la inteligencia y fortificar la razón; amar a todos los hermanos y ayudarlos en sus necesidades, ampararlos y defenderlos, hasta con peligro de la propia vida...
A veces ocurre que un sentimiento de indignación nos obnubila, cuando nos vemos agredidos en nuestra dignidad. Y en su defensa, algo muy atávico nos impulsa a la reacción, porque los agravios siempre sur-gen por un ataque de la hipocresía.
El peso de la dignidad agobia. Mantener enteros los sentimientos, las intenciones, los sueños y las líneas de conducta, no parecen tener significado para las fuerzas que hacen de la sospecha su sanción adje-tivante."Sospecha" significa: suposición, conjetura, desconfianza, recelo, aprensión, suspicacia, prejuicio, presunción, malicia, celos...
Propia de los oscuros meandros de la naturaleza humana, la sospecha puede destruir más aún que un incendio. Y resulta necesaria gran fortaleza moral para evitar sus designios.
Así ha sucedido con la revista Hiram Abif, que nació de un sueño masónico.
Dirigida por un masón, financiada tan solo por los recursos del trabajo personal de algunos H:., abocados silenciosamente a la tarea de propagar el pensamiento de la Orden. En sus páginas no se alientan divisiones, ni se cuestionan dignidades. Se trabaja decididamente por una sola causa, explícita y permanente: la Unidad Universal de la Masonería.
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