Por el V:..H:. Ricardo E. Polo En Inglaterra, a instancias del Juez español Baltazar Garzón que solicitó su extradición, acusándolo de "Genocidio" entre otros crímenes, se detuvo al general Augusto Pinochet Ugarte. La prensa internacional se hizo eco. Hubo convulsión en Chile, divididas las posiciones entre partidarios y adversarios del senador vitalicio.
En Europa en general y en occidente en particular, la euforia alentó a las organizaciones de Derechos Humanos que procuran el castigo para el crimen y la tortura; perturbó la tranquilidad de los jefes de gobierno y ministros de Relaciones Exteriores de muchas naciones; complicó la sedentaria vida de los Lores británicos; incrementó el turismo político a Londres y dividió la opinión política del mundo occidental sensibilizada por la saturación de la mediática.
Mas allá de los escarceos, discusiones, acusaciones, reivindicaciones y reclamos de Justicia, poco a poco los medios han disminuido el caudal informativo y reducido los adjetivos calificativos. Incluso, hasta obviar durante días la información sobre las alternativas concurrentes en Londres, tal vez por que ya no sea considerada noticia. Los pronunciamientos sobre la legitimidad, oportunidad y efectividad de la causa, se han diluido en controversias a veces formales, otras ideológicas y a veces significativamente temerarias. Lo cierto es que las llamadas Grandes Potencias, la Unión Europea y los Estados Unidos de América, frente a esta circunstancia peculiar en la historia del Siglo XX, adoptan, como decimos en nuestro país, la ancestral costumbre del Avestruz. Y al mismo tiempo las contradicciones a las que consuetudinariamente son afectas.
Admitiendo que los delitos de lesa humanidad, como el genocidio y la tortura, entre otros, no deben prescribir, lo que no es admisible es la injerencia de los Estados en los asuntos internos de otros Estados. Para dar solución al problema, los más sensatos juristas, no solo frente a este caso en particular sino respecto del tema en lo fundamental, han promovido la creación de un Tribunal Internacional que precisamente juzgue tales delitos y que sea creado a través de una Convención en el seno de las Naciones Unidas.
Sobre esta opción, siempre me he preguntado cuál ha sido la razón por la cual, luego de la experiencia de Nuremberg, ese Tribunal Internacional no ha sido creado, ni el tema debida y perseverantemente debatido en el seno del organismo internacional. Esta introducción al tema intenta mostrar una paradoja. Mientras la Unión Europea pareciera disfrutar su civilizada justicia y su enérgica condena a los "genocidas" latinoamericanos, cuyas actividades se llevaron a cabo dos décadas atrás, hace oídos sordos al genocidio que sucede en la desmembrada Yugoeslavia. Siendo ella misma y otras potencias occidentales las promotoras del desmembramiento, no se advierte, en el curso de los acontecimientos y a pesar de la intervención del Consejo de Seguridad con sus misiones de paz, la firme decisión de procesar a los criminales de guerra, genocidas ellos, con tanta vehemencia como se ha dado en el caso Pinochet.
Slobodan Milosevic ejerce su genocidio sobre las etnias que integraban la Yugoeslavia del Mariscal Tito, sin que el poder de la NATO y la voluntad Europea decidan impedir las feroces matanzas que cotidianamente ocurren (y ocurrieron) en los Balcanes. Incluso las horripilantes tropelías del ejército serbio en Kosovo y hasta de los mismos guerrileros kosovares. Este genocidio de fin de siglo, es ahora inmediato. Está aquí, en un ámbito en que son proclamados los Derechos del Hombre y Amnistía Internacional, al igual que todas las organizaciones de Derechos Humanos, ejerce una influencia sin precedentes en el mundo occidental. Mientras tanto, los Grandes, los campeones de la libertad y la justicia, necesitan "pensarlo más" para intervenir en la muy posible libanizada Yugoeslavia. Es probable que las Potencias mundiales hayan somatizado el síndrome de los Balcanes, que en el inconsciente colectivo memora las dos Grandes Guerras. Escrito el 4 de abril del 2002
En Europa en general y en occidente en particular, la euforia alentó a las organizaciones de Derechos Humanos que procuran el castigo para el crimen y la tortura; perturbó la tranquilidad de los jefes de gobierno y ministros de Relaciones Exteriores de muchas naciones; complicó la sedentaria vida de los Lores británicos; incrementó el turismo político a Londres y dividió la opinión política del mundo occidental sensibilizada por la saturación de la mediática.
Mas allá de los escarceos, discusiones, acusaciones, reivindicaciones y reclamos de Justicia, poco a poco los medios han disminuido el caudal informativo y reducido los adjetivos calificativos. Incluso, hasta obviar durante días la información sobre las alternativas concurrentes en Londres, tal vez por que ya no sea considerada noticia. Los pronunciamientos sobre la legitimidad, oportunidad y efectividad de la causa, se han diluido en controversias a veces formales, otras ideológicas y a veces significativamente temerarias. Lo cierto es que las llamadas Grandes Potencias, la Unión Europea y los Estados Unidos de América, frente a esta circunstancia peculiar en la historia del Siglo XX, adoptan, como decimos en nuestro país, la ancestral costumbre del Avestruz. Y al mismo tiempo las contradicciones a las que consuetudinariamente son afectas.
Admitiendo que los delitos de lesa humanidad, como el genocidio y la tortura, entre otros, no deben prescribir, lo que no es admisible es la injerencia de los Estados en los asuntos internos de otros Estados. Para dar solución al problema, los más sensatos juristas, no solo frente a este caso en particular sino respecto del tema en lo fundamental, han promovido la creación de un Tribunal Internacional que precisamente juzgue tales delitos y que sea creado a través de una Convención en el seno de las Naciones Unidas.
Sobre esta opción, siempre me he preguntado cuál ha sido la razón por la cual, luego de la experiencia de Nuremberg, ese Tribunal Internacional no ha sido creado, ni el tema debida y perseverantemente debatido en el seno del organismo internacional. Esta introducción al tema intenta mostrar una paradoja. Mientras la Unión Europea pareciera disfrutar su civilizada justicia y su enérgica condena a los "genocidas" latinoamericanos, cuyas actividades se llevaron a cabo dos décadas atrás, hace oídos sordos al genocidio que sucede en la desmembrada Yugoeslavia. Siendo ella misma y otras potencias occidentales las promotoras del desmembramiento, no se advierte, en el curso de los acontecimientos y a pesar de la intervención del Consejo de Seguridad con sus misiones de paz, la firme decisión de procesar a los criminales de guerra, genocidas ellos, con tanta vehemencia como se ha dado en el caso Pinochet.
Slobodan Milosevic ejerce su genocidio sobre las etnias que integraban la Yugoeslavia del Mariscal Tito, sin que el poder de la NATO y la voluntad Europea decidan impedir las feroces matanzas que cotidianamente ocurren (y ocurrieron) en los Balcanes. Incluso las horripilantes tropelías del ejército serbio en Kosovo y hasta de los mismos guerrileros kosovares. Este genocidio de fin de siglo, es ahora inmediato. Está aquí, en un ámbito en que son proclamados los Derechos del Hombre y Amnistía Internacional, al igual que todas las organizaciones de Derechos Humanos, ejerce una influencia sin precedentes en el mundo occidental. Mientras tanto, los Grandes, los campeones de la libertad y la justicia, necesitan "pensarlo más" para intervenir en la muy posible libanizada Yugoeslavia. Es probable que las Potencias mundiales hayan somatizado el síndrome de los Balcanes, que en el inconsciente colectivo memora las dos Grandes Guerras. Escrito el 4 de abril del 2002
No hay comentarios:
Publicar un comentario